En el Salón Dorado del Palacio San Martín todo es, justamente, dorado. Parece una obviedad pero esta arquitectura interior te deslumbra. Estamos en el Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, en pleno barrio porteño de Retiro, esperando que las autoridades anuncien quién es el o la artista que representará al país en la Bienal de Venecia, la cumbre mundial del arte contemporáneo, que se llevará adelante entre mayo y noviembre de 2019.
No era una edición más. Algo especial y genuino irrumpió en la selección: desde 1901, ésta la primera vez que el concurso tuvo carácter abierto. Así fue que un jurado compuesto por el director del Museo Nacional de Bellas Artes Andrés Duprat, la doctora Laura Malosetti Costa de la Academia Nacional Bellas Artes, el artista visual Jorge Macchi y el Consejo Asesor Ad Honorem de la Dirección de Asuntos Culturales, formado por Teresa Anchorena, Eleonora Jaureguiberry, Adriana Rosenberg, Mauro Herlitzka y Esteban Tedesco dieron su veredicto.
Frente a una audiencia pequeña pero atenta, habló el secretario de Cultura de la Nación Pablo Avelluto, habló el vicecanciller Daniel Raimondi, habló el director de Asuntos Culturales Sergio Baur —los dos últimos presidieron el jurado— y finalmente se anunció: la artista elegida es Mariana Telleria; y la curadora, Florencia Battiti. Aplausos.
—Hola. Ah, funciona —dice Telleria mirando el micrófono—. Buenas noches. No sé qué decir…
La artista de 39 años nacida en Rufino, provincia de Santa Fe, que expondrá en el Pabellón de la Argentina en los Arsenales de la ciudad de Venecia, no está habituada a dar discursos en público. Agradeció a su familia, a compañeros, a la educación pública. Fue breve. No se necesitaba más: quienes deben hablar son sus obras. ¿No es eso lo que hace un artista? Trabajar, crear y exponer. Allí, en el producto artístico moldeado por su ingenio está todo, y sobra.
Pero, ¿qué es lo que expondrá en la gran bienal internacional? «Es impronunciable en palabras. Lo que sí podemos decir es que condensa los últimos diez años de su trabajo con objetos», dice Battiti.
Antes de nuestro nacimiento (2016)
El gran plan (2016)
Ambas mujeres de rodete, una de negro, la otra de blanco, están sentadas en los extremos de la mesa. El público inquieto pregunta. Ellas responden sobre una idea porque, justamente, lo seleccionado fue un proyecto. Aún debe convertirse en obra. «Ella logra hacer decir a objetos cosas que aún no dijeron», agrega la curadora.
Por su parte, Telleria da precisiones: «Son siete esculturas que articulan mi manera de ver la realidad y todo lo que construí hasta ahora. Soy yo articulando la realidad. Y es lo más sincero que hago en la vida, más allá de juntarme con mis amigos a pasarla bien», dijo y agregó: «Hablo mucho de los usos de las cosas, de los desechos». «No creo en la meritocracia. No todo es talento y fuerza. Soy una persona que tuvo mucha suerte», aseveró más adelante.
¿El título de la obra? El nombre de un país, el mismo que usó para su primera exposición individual en 2009. Como si las palabras —¿qué país? ¿Argentina?— no alcanzaran.
Te (2016)
—¿Qué significa para vos la Bienal de Venecia?
—Cuando vuelva te lo voy a poder contar mejor —le dice Telleria a Infobae Cultura, ya más descontracturada, y se ríe—. Como expectativa… todas, las mejores. Es un orgullo, puesta en el trabajo, el esfuerzo, en la suerte y en el poder compartir tiempo con artistas increíbles. Es una oportunidad gigante e incierta también, porque qué se yo qué puede pasar.
—¿Es una especie de legitimación llegar a acá? ¿Vislumbrabas Venecia cuando empezabas a hacer arte?
—Es re loco porque mi hacer se fue dando de a poco. No es que decía: «Bueno, ahora que mostré en el Castagnino voy a…» No soy de estar teniendo expectativas con mi carrera. Soy muy calmada. ¿Legitimación? Tiene que ver con cambiar espacios, tan simple como eso. Un espacio nuevo, que sí: tiene una carga simbólica impresionante. Pero que yo voy a hacer con el mismo compromiso que hice en el 2003 en el Castagnino, con la misma calidad de trabajo.
—La última: ¿pensás el arte como un canal para dar un mensaje, como un hecho social e ideológico?
—Todo lo que te diga son balbuceos pobres, pobrísimos, pero creo que todo arte es político, por más que no estemos teniendo la cabeza puesta ahí. Todo arte es poner en conflicto algo: eso es hacer política. No me interesa hablar de la realidad de este país, no ésta. No aparece la educación pública en mi obra, por ejemplo, pero sí aparezco yo, educada en una universidad pública. Si eso es político, entonces sí, estoy haciendo política, o mejor: interpretaciones políticas.
Imaginar la fe (2013)
Máquina del tiempo lenta (2015)
A su lado, Florencia Battiti —docente y crítica de arte formada en la Universidad de Buenos Aires— le dice a infobae Cultura que la Bienal de Venecia «es una plataforma que a Mariana le va a venir bárbaro, le va a cambiar la carrera para bien. Ella viene produciendo hace diez años en esta parte del mundo: Buenos Aires, Rosario y alrededores. Ha hecho cosas afuera pero poco, y esta es la oportunidad de que la vean historiadores y críticos de arte de todos lados, porque acá no tenemos ese nivel de vidriera que hay en Venecia. Ella ya tiene una estatura para poder medirse con cualquiera de los artistas que están allá.
«Es una forma de poner la obra en interlocución con otras cabezas», agrega la curadora que, además de haber estado al frente de ArteBA Focus en dos ediciones, es coordinadora artística del Parque de la Memoria desde hace casi veinte años.
Somos el límite de las cosas (2011)
«Afortunado quien vive en tiempos interesantes», es el lema que eligió el curador general, Ralph Rugoff, para que funcione como leitmotiv de toda la Bienal de Venecia. ¿Son realmente tiempos interesantes? ¿Qué puede aportar el arte contemporáneo a la hora de pensar el mundo, el presente, nuestros vínculos?
Hace un tiempo atrás, en la web de la Galería Ruth Benzacar, lugar donde suele exponer, dejó una suerte de manifiesto. Telleria se presenta —año y lugar de nacimiento—, cuenta que estudió Bellas Artes en la Universidad Nacional de Rosario pero que nunca terminó y, tras algunas elucubraciones, dice: «Todo lo que hago es verdad. Yo no soy al hablar. Lo que puedo decir no le alcanza nunca a lo que sucede, por ende no quiero nombrarlo». ¿Un pedido de silencio en la era de la hipercomunicación?
Concluye ese texto así: «Hablar es un simulacro más tramposo que el hacer. Y por suerte creo no haber hecho lo suficiente». Habrá que esperar entonces, y no perderse en el palabrerío especulativo. Habrá que ver sus obras, recorrerlas, sentirlas, y esperar a ver las siete esculturas que estarán durante siete meses en Venecia: El nombre de un país. ¿Argentina? A veces, las palabras no alcanzan.