Tiempo partido, un recorrido por la historia del colectivo canadiense General Idea, se presentó como una de las grandes apuestas del año en la agenda del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA) y efectivamente lo es. El cuerpo de obra de este colectivo de trabajo había sido un poderoso susurro en esta parte del planeta, donde hasta finales de marzo las obras narradas, circulando en libros y en las redes por fin se disponían entre las paredes blancas del Museo. Los tres muchachos jóvenes -AA Bronson (1946), Felix Partz (1945-1994) y Jorge Zontal (1944-1994)- que por los 60 arremetieron con la furia de su acción primero en las calles de Toronto y luego en las de New York, territorios donde vivieron como squatters y pensaron el arte como una acción contra la disciplina de un sistema que ya entonces reventaba de una injusticia pegajosa, esos tres muchachos de cuerpos en rebelión, pioneros en salir del armario, quienes transitaron sus opciones sexuales con un orgullo vanguardista durante esos días, meses, años, cuando parecía que todo sería posible, tiempos que se tejieron entre los 6o de la Revolución Cubana y el Mayo Francés.
Esos tres muchachos que armaron impresionantes instalaciones cuando tuvieron que empezar a tomar el cóctel inútil de pastillas para luchar contra el virus del SIDA que amenazaba sus cuerpos cuando aún se instalaba la idea de la enfermedad «castigo divino» por tanta rebelión. Ellos, graciosos, que hicieron del cinismo y de la risa una virtud y un ejercicio de pensamiento, los mismos que dieron vuelta el glamour de la revista Life y armaron su serie de magazines propios, File, otra nueva insinuación contestaria. O al menos diversa, descentrada. Los hombres que mientras tomaban las pastillas blancas y azules como supositorios, las que hoy vemos agigantadas en la instalación que representa la pornografía de la farmacopía, 1825 pastillas para un año y al lado la dosis del día, los que pintaron de dorado los cuadros como un desplante hacia la riqueza acumulada, los que crearon la conmovedora instalación blanca…. , los que parodiaron la obra icónica de Robert Indiana, esa con la palabra Love con la O torcida y la resignficaron porque no se trataba ahora de amor sino de AIDS. El amor se derretía en la sangre infectada ya para siempre y sin remedio. Como si amar y gozar lo hubiese destruido todo. Así, de esos tres muchachos sólo uno hoy está vivo, AA.Bronson. El paria sobreviviente.
Ahora es un hombre afligido, de barba larga y cuidadadamente recortada, que en la presentación realizada en el Auditorio del Museo ese día de finales de marzo se conmovió y su voz se rajó cuando recordó a sus dos amigos muertos por la pornografía fallida de las pastillas blancas y azules y luego también rojo-amarillo que cuelgan del techo de MALBA como teledirigibles. Ningún chiste. En esa conversación y en ese quiebre de voz estuvo el momento más emocionante del primer recorrido por Tiempo Partido. Quizá por su simulacro de performance instatánea, quizá porque en esa voz que se tragaba discretamente unas lágrimas se percibía también la honestidad de su dolor. Ahí y sólo ahí emergió la chispa de todo lo creado y ahora clasificado casi arquelógicamente más allá de su pasmosa y grandilocuente belleza.
La muestra curada por Agustín Pérez Rubio es impactante pero también en este punto de la historia, 2017 Buenos Aires Argentina, dispara algunos interrogantes probablemente retóricos. Y por eso más incómodos.
Mientras por las calles porteñas los colectivos de artistas que hoy representan la protesta, seguramente heredera de la rebelión que General Idea asumió hace 50 años, mientras el artivismo de colectivos como Fuerza Artística de Choque Comunicativo (FACC) accionan con su recorrido #algohuelemal o un colectivo de mujeres sin nombre se planta frente al Congeso de la Nación y se sienta frente a él para abrir sus piernas y mostrar sus bombachas rojas sangre y pedir por el derecho al aborto, ahí -en ese punto exacto- se conecta General Idea con esta ciudad. Llega a Buenos Aires y la mirada hacia su obra se reactualiza inevitablemente. Entonces: ¿Cuál es el destino del artivismo cuando los agitadores se mueren o envejecen o se cansan o simplemente quieren dejar de ser squatters y mudarse a un loft?
Acción de FACC
¿El Museo los ataja, los ordena, los perpetua en un catálogo y los fosiliza porque, quizá, qué otra cosa podría hacer con ellos? ¿Debe hacer algo?¿A dónde va a parar la furia, el gesto contestario, la intención política? ¿A un operativo institucional?
Tiempo partido escupe su bravura y rebosa de trabajo destilado a través de un pensamiento felizmente sutil, felizmente grosero. Ahora congelado en la prolijidad de una puesta que intenta reconstruir su aroma inspirador. Cuánta nostalgia.
Verla hoy en Buenos Aires es una oportunidad producto del azar. No hubo plan para despertar estas reflexiones. ¿O sí?
Como fuere, acá están estos trabajos y acá estamos nosotrxs. Y la pregunta se cuela perturbadora, mientras miramos las obras y también los vidrios que dan a la calle. Donde todavía hay artistas agitando. Seguramente cerca, en este otra parte del tiempo, de este tiempo partido.