Texto y fotografías de Guido Ignatti*
Viajamos a Europa en el 2012, nuestro Grand Tour empezó en Alemania. Mientras organizábamos la ruta a dOCUMENTA(13) leíamos sobre las presencias argentinas en Kassel. Bioy Casares aparecía como figura central, no solo en el prólogo curatorial sino como inspiración para Untilled, la obra que Pierre Huyghe (Francia, 1962) presentaba allí. La portada de la primer edición de La invención de Morel, publicada por Editorial Losada en 1940, con ilustración de Norah Borges, recibía a los visitantes en la web de la famosa quinquenal. Adrián Villar Rojas mostraba otra de sus instalaciones con enormes esculturas al aire libre. Faivovich & Goldberg presentaron su ambicioso proyecto Una guía a campo del cielo sobre los meteoritos caídos en el Chaco 4000 años atrás. Asimismo, el ciclo de cine que acompañaba la muestra incluía los tres largos de Lucrecia Martel: La ciénaga, La niña santa y La mujer sin cabeza. Todo indicaba que lo argentino en ese sitio y tiempo específico tenía una razón importante de ser en el planteo de Carolyn Christov-Bakargiev, curadora de la edición, quien proponía pensar el universo desde una perspectiva menos antropocéntrica. Un mundo de ideas que no esta basado específicamente en lo humano, uno en el que nosotros colisionamos como rocas del espacio exterior.Una vez en la ciudad de Kassel el plan era recorrer Karlsaue Park, el extenso parque barroco del palacio Orangerie, hoy museo de astronomía y física. Con el mapa en la mano fuimos tras la obra de Huyghe ubicada al final del parque. Era temprano y caía una llovizna constante. Después de mucho andar dimos con la locación pero de la obra ni rastros. No había nada en el lugar. Lo primero en llamarnos la atención fue una perra, una cariñosa podenco blanca con un diseño geométrico fucsia pintado en una de sus patas, que corría sin parar por lo que era el área de compostaje del parque. Sí, el mapa nos llevó a la zona donde los desechos orgánicos del parque se convierten en humus fértil. Entre montañas de compost y una vegetación vigorosa sospechamos que podríamos estar en medio de la obra. ¿El paisaje podía ser la obra? Quizá…
Después de encontrarnos en senderos sin salidas e improvisar atajos entre la mata, nos encontramos con una mujer que cortaba algo de la maleza con una hoz. Dudamos si era una guardaparque o una performer. Y todo indica que era ambas cosas. El paisaje había sido modificado por el artista y varios expertos que, entre otras cosas, plantaron marihuana, datura y otras especies alucinógenas en una composición al borde del caos. Perdida entre la vegetación encontramos una serie de piezas de hormigón armado. Había un cubo con una escalera interior, lleno de agua de lluvia. Parecía un estanque. Había otras piezas geométricas desperdigadas a su alrededor. En otro extremo había también un grupo de baldosones apilados que parecían estar a la espera de una construcción que nunca se realizó. Finalmente en medio de un pantanal, entre el barro y los troncos desperdigados apareció una escultura, la figura clásica de una mujer recostada. La contemplamos a la distancia, tenía un panal de abejas activo en la cabeza. Otra vez la duda, nos situaba en la isla de Villings que alguna vez imaginó Bioy.
A medida que iban apareciendo todos estos elementos dispuestos por el artista crecía el diálogo estricto y constante entre ellos. La obra era la construcción de una imagen pero sobre todo, la puesta en marcha de un ecosistema que excedió lo que el artista propuso inicialmente y en el que nosotros estábamos inmersos, acaso interviniendo sutilmente con nuestra presencia en el lugar. Durante los cien días que duró la exposición el paisaje se fue modificando por la mano del hombre –uno de los 7000 robles de Beuys fue arrancado casi como una señal del avance de lo inevitable– pero también intervinieron los ciclos, los agentes naturales que siguieron su curso –las abejas aseguraron la reproducción de las plantas foráneas como de las originarias–. Mientras los restos de cemento de una civilización remota siguieron el curso de su propia extinción. Por lo menos esa fue mi interpretación. La colmena, ese ejercito imbatible, desde una cabeza inerte –¿la mujer sin cabeza?– trabajó incansablemente, transformando todo a su alrededor.
Pierre Huyghe en una entrevista dice estar interesado en un conjunto de operaciones que no necesitan ser aprendidas e interpretadas, pero que aún así no se improvisan en lo absoluto. Su propuesta es la ausencia de un protocolo de exposición de uno mismo y del momento asignado a esta exposición. Para este artista su obra nada tiene que ver con la performance. Untilled apunta a la perdida del control sobre el hecho artístico para apropiarse de la idea de lo presente y del curso natural de las cosas. Por su parte, Christov-Bakargiev opina: “La invención de Morel habla no sólo de la política, de la vida y la ficción, sino de lo que realmente se puede lograr cuando pensamos en el ‘como si’, como si fuera cierto, como si fuera posible”. Y este tipo de estructuras ficcionales están detrás de toda exhibición, la puesta en escena y la representación de estrategias que no habitan su tiempo activo. Pero Huyghe evade su relación con lo institucional y propone una situación por fuera de la ceremonia y la formalidad del museo, no para llevar arte a la vida sino para hacer de la vida, un hecho artístico. En la novela de Bioy, Morel crea un dispositivo que es capaz de prometer la inmortalidad de la imagen, la permanencia de la imagen en un loop constante. La exhibición eterna. Y esa, creo yo, es la misión del museo, preservar la imagen, el concepto, no necesariamente el cuerpo.
En definitiva, la novela y esta obra ponen en cuestión la promesa de algún tipo de trascendencia.
*Guido Ignatti es artista visual y fue codirector de la revista Sauna.