El cineasta alemán, Wim Wenders llaga a la Fundación Sorigue de Lerida, España, para presentar su muestra Wim Wenders XXL, una selección de fotografías panorámicas de cuatro metros de longitud tomadas en Nueva York tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 y en Fukushima tras su catástrofe natural, imágenes orientan la mirada hacia los abismos de la tragedia y el miedo.
Wim Wenders. New York, November 8, 2001 III © Wim Wenders 2013
En paralelo a su trabajo como director de cine, durante sus viajes que realizó para filmar en distintos lugares del mundo en las últimas tres décadas, Wenders no se despegó de una cámara panorámica con la que inmortalizó paisajes y momentos que le impactaron.
A sus fotos de gran formato de Nueva York y Fukushima, que invitan a reflexionar sobre el renacimiento que se abre paso tras la destrucción, se suman en esta exposición -que abre el 20 de octubre-, otras imágenes, también panorámicas, de paisajes estériles, inhóspitos y sin presencia humana.
Algunas de estas fotografías forman parte de las series Pictures from the Surface of the Earth y Places, Strange and Quiet, exhibidas en galerías y museos como el James Cohan Gallery de Nueva York (EEUU), el Shanghai Museum of Art de Shanghai (China), el Museum of Contemporary Art de Sidney (Australia), y el Hamburger Bahnhof de Berlín (Alemania), entre muchos otros.
Wim Wenders. Lizard Rock, South Australia, 1988 © Wim Wenders 2013
Wenders considera más sencillo fotografiar que hacer cine, dice que porque el acto fotográfico empieza y termina en un instante, y en ocasiones ha convertido su segunda pasión en parte de la primera: por ejemplo en Alicia de las ciudades, donde el protagonista lleva una Polaroid Sx-70; en Hasta el Fin del Mundo, muy ligada al valor de la fotografía como recuerdo o en Palermo Shotting, protagonizada por un fotógrafo.
Para el Wenders, lo que comenzó siendo una especie de diario visual personal en 1983, se convirtió en toda una forma de expresión artística independiente de sus películas.
Desde el punto de partida que supone la soledad del acto de fotografiar, Wim Wenders acerca al espectador a paisajes exentos de rostros, pero cargados de una poderosa sensación de lo humano.