Henri Mattise (1859-1954) fue, probablemente junto a Pablo Picasso, una de los artistas más influyentes del SXX y su trabajo cambió la historia del arte moderno y afectó a numerosas generaciones de jóvenes pintores. Su obra fue tan pregnante que aún se palpita su influencia. Aunque iba a ser abogado, rápidamente eligió otro rumbo para aplicar la ley.
Trabajó en pintura en todos los formatos, realizó dibujos en tinta y esculturas. Ahora, una inmensa retrospectiva, En búsqueda de la pintura verdadera, llega al Metropolitan Museum de NYC (el Met) donde desde ayer y hasta el 2 de diciembre se vienen realizando visitas vip para invitados que pagarán una pequeña fortuna (550 dólares) por la exclusividad de la primera visión de la muestra.
En la exhibición se podrán apreciar distintos períodos de su desarrollo como artista. Matisse conqueteó con todos los estilos (desde el clasicismo hasta el neoimpresionismo pasando por el fauvismo y hasta el cubismo en la sorda disputa que mantuvo buena parte de su vida con Picasso) hasta que encontró su propia voz, su inconfundible trazo: nuevos modos de plantar las líneas con el pincel, su luz y su modo de crear el espacio armaron un lenguaje propio, imposible de no decir al ver cualquiera de sus obras: «Es un Matisse».
Su última parada en la vida, en la Costa Azul, más concretamente en Niza, donde se encuentra el museo que reúne la mayor parte de su obra, marca su obsesión por trabajar con el cuerpo femenino pero exactamente a su modo, tratando de encontrar en ese cuerpo su trazo neto y esencial: lo que hace que una mujer sea eso. Ambicioso proyecto de cuyo logro quién puede atreverse a dar una respuesta definitiva. Hizo algo magistral y diferente, sí. El resto: la respuesta definitiva es tan ambiciosa como el proyecto en sí.