Por Patricia Rizzo
Es raro y pareciera imposible pensar la ciudad sin él. Hoy vi que en uno de los obituarios que se publicaron lo despedían los mozos del Florida Garden y la revelación es tan cosmopolita como poco sorprendente; y es que fue verdaderamente parte del paisaje urbano. La forma en la que llegaba, sus ropas, sus múltiples foulards, su colorido, su sonrisa instantánea, su presencia imponente y excéntrica que no excluía la frivolidad. Pole, como todos le llamaban. El y el sonido de su risa abierta. Tan personaje; un ser necesario, la palabra es rutilante.
Dejó tristeza y conmoción. En pocos días cumpliría 75 años y aunque había tenido un período de numerosos achaques, nada hacía prever que estábamos ante una resolución tan inmediata. El sentimiento de partida imprevista se apoderó de muchos y nos dejó una impresionante desazón, un desaliento infinito.
Parecería que estaba en todos lados. No sólo podría decirse que era ”eventero”, mucho mejor decir, y más justo, que fue un interesado nato. Bastaba comentar un detalle de una exhibición en cualquier rincón perdido de la ciudad –me consta- que se anotaba para verlo donde fuere y después expresar su opinión. Sabía de la producción de artistas muy recientes, estaba más que al tanto, y le gustaba saber. Un artista interesado en las producciones de todos sus colegas. El más destacado y el menos conocido, impresionantemente al día y entusiasta de estar en lo que saliera, de saber de lo nuevo y de lo que hubiera, quería verlo y también estar. Me refiero a las artes plásticas, pero sus intereses fueron multifacéticos, se extendían a la moda, a las novedades en diseño, a la música, los libros, (contaba con una biblioteca importantísima) a las tendencias en comidas, chefs y restaurantes, arquitectura, accesorios de fotografía, autos, ciertos objetos y cosas cuya líneas de diseño seguía y todos los etcéteras posibles. Un placer, hablar con un Sr. tan festivamente mundano y amiguero, lleno de múltiples planes, que desparramaba su gusto por las cosas para comentarlas con gracia y compartirlas, con cierto regodeo en llegar a extremos de banalidad, que gustaba tanto de conectarse con todo tipo de gente.
Últimamente estaba muy entusiasmado con la preparación de una exhibición que se haría –y se hará- en Malba y hablaba todo el tiempo de eso con alegría y de otras mil cosas; podía ser el último cuadro que estaba pensando o el detalle de algo que se le acababa de ocurrir, siempre estaba en algo que lo tenía alerta y que necesitaba comunicar, con su gracia expansiva. Ya todos sabemos de la multiplicidad e importancia del patrimonio que deja, un legado increíble cuya cantidad de piezas, épocas e importancia el tiempo dejará muy en claro. Trabajador nato, multifacético e inagotable tanto en la proyección de su obra como con sus relaciones de trabajo, fue querido por muchos, muchísimos. Había que darse paso entre una inmensa cantidad de gente cuando presentaba o estaba en algo. Esa multitud no se vio tan reflejada ayer, entre los que acompañaron a sus más cercanos el traslado de sus restos. No, no hubo multitud en esa última instancia, bastante más en la Legislatura, donde se acercaron a despedirlo, no en el cortejo, pero ya sabemos que la muerte a todos cae mal y cada vez más se pierden los ritos y los espacios ceremoniales. Claro que aunque fue querido por muchísimos también había quienes no lo querían y algunos se expresaron mezquinamente justo el día que se anunció su muerte. De nuevo anduvieron repartiendo una foto que todos hemos visto hasta el cansancio en el que Rogelio y otros que integraron una comitiva como artistas enviados a la bienal de San Pablo, saludan al entonces presidentes de facto. Más bien un acto de tilinguería que tantas veces se habrá cuestionado. Los que lo conocimos sabemos que estaba lejos –pero muy lejos- de ser un defensor de la dictadura. Pero en vez de indagar es mejor dar el golpe, aunque sea inoportuno, mezquino e innecesario. Más de un resentido con más de una cara le andaba revoloteando si convenía, y ahora se acomodó en esas filas y prefieren no ver a aquel que le dio una mano a tantos, y que tenía hasta mínimos gestos, como el de ir a saludar a quienes no tenían ni idea de que sus expresiones eran conocidos por el. Hubo también gestos muy grandes, porque era solidario, entre muchas otras cosas. Hay quienes no tienen demasiado en claro ni cómo fueron las cosas ni porqué pero igual gustan de tomar la parte por el todo porque es fácil y fácil como hablar es golpear, para verificación de su chatura y pequeñez.
También tuvo su parte oscura pero no, no era esa. De aquello que tenía su lado inmanejable pueden dar cuenta otros cercanos, como su compañera Naná, que supo quererlo y que fue querida así, con el tamaño de esa complejidad, la cual les pertenece. Pero fuera de eso hay múltiples testigos que hablarán por el a lo largo del mundo, me cuento entre ellos: Rogelio era buena gente.
Todo eso importa bien poco, al lado de su legado, de su importancia y su figura, que ya echamos tanto en falta, como nos decíamos ayer unos a otros.
Gracioso y piropeador. Un hedonista atemporal, un señor de setenta y largos y también de veinticinco. Saleroso, hermoso en su avidez. Omnipresente y multiplicador en su talento e intensidad. Un privilegio haberte tenido, tenerte. Lo sabemos todos.