Ayer a la madrugada empezaron a llegarme mensajes de todo tipo que me anunciaban la muerte de Sergio de Loof. Lo confirmé recién esta mañana. Mucha tristeza. Aunque su final parecía muy anunciadon yo nunca lo creí.
Hacía ya muchos meses que su salud flaqueaba. Por fortuna, tuvo el aliento y la energía como para montar la muestra «Sentiste hablar de mí» en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. Una retrospetiva homenaje a la que lo invitó visionariamente la directora del museo, Victoria Noorthoon, y que fue curada con belleza y maestría por Lucrecia Palacios. Fue un gran acto final porque es una gran muestra. Aún puede visitarse hasta finales de abril, si el covit.19 lo permite.
A modo de despedida, reproduzco lo que escribí en aquella ocasión, cuando aún pensaba que su vida iba a tener un par de actos más y sobre el final del texto le pedía, más: más obra, más locura, más deloof. Perdón, Sergio. No quise ver lo que se venía inexorablemente. Por tu magia y tus perradas. Por tu genio único y tu malhumor insoportable. Hasta la vista, colega.
Acá va el texto de finales de diciembre de 2019
«El anfitrión recibe en ojotas, bermudas y camisa a cuadros y convida a muy pocos un whisky nacional que tiene encanutado para entonarse antes del gran opening. Despreocupado de cualquier tipo de dress code y bien alejado del glamour que impuso en los espacios que diseñó entre finales de los 80s y mediados de los 90s en Buenos Aires. El anfitrión es Sergio De Loof, diseñador autodidacta nacido en 1963 en el sur del conurbano bonaerense, convertido en leyenda y ahora en patrimonio nacional desde esta muestra consagratoria en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. Bajo la pregunta “Sentiste hablar de mi”, interrogante-guiño a los millenials que probablemente no tengan registro de su efímera grandeza y posiblemente a sus contemporáneos que desde hace tiempo solo pueden seguir sus desplantes y pedidos de auxilio en Facebook, la curadora Lucrecia Palacios organiza con excelencia esta muestra que recupera para la memoria colectiva los espacios creados por el divo artista, sus videos remasterizados y sus vestuarios realizados con materiales reciclados. Todo enlazado por un espíritu de fiesta que ahora anida en el recuerdo, matizado con cierta nostalgia de un desborde celebratorio que la ciudad no volvió a vivir.
El Bar Bolivia fue su primer espacio donde primó el vigor comunitario donde se comía polenta y se bebía vino barato a prueba de acidez y que con el boca a boca se convirtió a finales de los 80s en un punto de encuentro obligado de los artistas del underground de lunes a sábado. El bar pionero por su espíritu inclusivo fue la creación más destacada de De Loof que en esta muestra de El Moderno impregna cada una de las salas que intentan reproducir una estética de la que hizo su marca registrada. Kitsch, pop y glamour fueron los ingredientes que con distintas dosis enlazó en espacios de la noche que hicieron historia durante el menemismo: desde El Dorado hasta la más internacional Morocco, pasando por Ave Porco y Caniche y algo más tarde el restó Paris. Con objetos que ´el convirtió en joyas y que encontraba en el Ejército de Salvación y en el Cotolengo Don Orione sus ambientaciones atrajeron por igual a estrellas de la tevé y a los más freaks de la fauna porteña. Con fama de caprichoso y despilfarrador se desactivó por propia voluntad a comienzos de este siglo. Es un viejo joven que aún podría seguir inventando. Quizá seamuy pronto para quedarse en el mármol».
Y sí aunque cueste escribirlo: ¡Chau, Sergio!
PH de portada: en la conferencia de prensa de la presentación de la muestra en El Moderno. Pic de Civale.