Eduardo Berliner se corre del estereotipo de lo que se supone que debe ser un artista visual carioca: un derroche de color y alegría. Sus pinturas no tienen nada que ver con maravillosos retratos de la exuberante naturaleza de su ciudad, sus habitantes y las frutas sabrosas. Todo lo contrario: en su obra incluye aspectos oscuros y algo escalofriantes.
Las pinturas están llenas de intrigas, arman un cuento algo tenebroso y siempre hay algo que en la primera visión se pierde pero que en una mirada en profundidad no puede dejar de ser perturbador.
Tiene 34 años y estudió diseño gráfico en su país y se ganó una beca para hacer un Master en Londres. Dibuja y pinta pero no le gusta llamarse ni pintor ni dibujante. Encasillar no está entre sus actividades favoritas. Muchas de sus obras tienen cuerpos humanos a los que les plantó cabezas de animales. Esa es su particular cruza y su mayor creación: sus bellos monstruos; animales siempre -es obvio decir que las personas lo somos- que destilan un dolor abigarrado en su quietud lacerante.
Berliner mezcla la realidad cotidiana con elementos que encuentra casualmente y los convierte en fantásticos. En la ambigüedad de su obra una sola cosa quizá es cierta: lo cautivante de sus cuadros y los elementos abstractos que cuelga en esos relatos que nos hacen mirar su obra como hipnotizados.