Después de cuatro años, el artista mexicano Gabriel Orozco regresa a la galería kurimanzutto que lo lanzó a la fama. Ambos se potenciaron y la galería es considerada el espacio que presenta a los artistas mexicanos con mayor potencial en el mercado del arte.
La nueva muestra abre el 16 de abril. Esta vez Orozco decide intervenir piedras de río, elemento que la naturaleza se encargó de preparar a lo largo de muchos años. Orozco es un dedicado recolector que anticipa que todo puede ser reutilizado (o resignificado o, incluso, simplemente puesto a funcionar de otro modo).
Orozco elige piedras inusualmente grandes casi tanto como una pelota de fútbol. La piedra, en todo caso, es una variación de un tema al que vuelve constantemente en su trabajo: el círculo –y todos sus derivados: la esfera, el globo, la pelota, el disco, la rueda, el planeta, la órbita. Es ahí, en el centro del círculo, donde a Orozco le gusta ubicar el comienzo de las cosas; un comienzo que apunta en todas direcciones –a diferencia de la inamovible unidireccionalidad de la línea recta. Y por eso es que en su obra hay naranjas, llantas, bolas de billar, bolas de arena, melones y toda clase de objetos cercanos a la esfera: papas, sandías, mixiotes, semillas, manos que son el corazón. Porque son cuerpos que hablan de lo que habla el círculo: de movilidad, de ciclos, de juego, de plenitud, de rotación.
Estas piedras están hechas para ser tocadas: por eso los dibujos no se superponen, entran en la piedra. Aunque, bien visto, una hendidura no sea en realidad otra cosa que un espacio que ocupa un lugar en la materia. Pero lo ocupa de manera inversa a como lo hace el grafito: aquí el vacío no es la forma orgánica que queda libre de dibujo, es el hueco mismo que produce el dibujo. No se trata, pues, de un vacío a secas sino un vacío en el que solía haber algo: más piedra. Pero eso que disminuye la materialidad original es precisamente lo que aumenta el sentido de la obra (que deja de ser piedra para volverse una escultura). Un intercambio de sustancias, se podría decir. Entre menos piedra más escultura, aquí la piedra colabora, se hace dibujo ella misma.
Queda, sin embargo, intacto el diálogo entre dos formas de esculpir: la de la naturaleza, que hace que la piedra pase de una roca áspera y dentada a un pulido canto rodado, y la de Orozco, que es el quien corta (literalmente) con una afilada punta de diamante.