Por Abel Gilbert*
Elijo Blanco sobre blanco de Kazimir Malévich por razones que exceden al objeto. Dicho de otra manera, por lo que se puede decir a partir de este cuadro y, en lo personal, por lo que me ha posibilitado hacer.
En principio el nombre de Malévich, como bien advirtió Susan Buck-Morss, pone en tensión dos términos que devinieron conflictivos: vanguardia y avant garde. El primero, territorializado en la política que, en determinadas circunstancias, le reclama a la imaginación que no cuestione la realidad ni perturbe el continuum de la historia. Todo lo contrario: El arte debe organizar representaciones afirmativas. La avant garde, en cambio, ha buscado, contra el dictum de El Partido, interrumpir la continuidad de percepciones y el tiempo. El concepto de “tiempo” separó a revolucionarios y artistas, y es, volviendo a Kazimir, el tiempo de su cuadro, que estuvo en el centro de las controversias en la Rusia de los veinte, el que me lleva a escribir esto. Ser “formalista” era ser un apóstata en la URSS. Pero ser “formalista” en Occidente era la llave para encontrar el camino del reconocimiento. Clement Greemberg, en Avant Garde and Kitsch recordó, tempranamente, en pleno stalinismo, que los pintores que seguían las leyes del desarrollo intrínseco del arte eran políticamente más radicales que aquellos que agachaban la cabeza por razones comerciales o partidarias. El radicalismo greemberniano reaccionaba contra la cultura de masas en un país que, al comenzar la Guerra Fría, convirtió el arte no figurativo en el símbolo de la democracia occidental. El cuadrado blanco fue atravesando todas las tormentas y controversias. Fue recibido con beneplácito por la Bauhaus, cruzó el Atlántico, pasó a ser parte de la exposición permanente del MoMA. “Su nuevo hogar recibió al cuadrado como si de un héroe se tratara”, escribe Buck-Morss en Mundo soñado y catástrofe. La desaparición de la utopía de masas en el Este y el Oeste. Como abstracción geométrica figurativa, la obra de Malñevich se convirtió en prototipo del arte “puro” y “verdadero”, pero su potencial empezó a ser corroído en la misma ciudad donde se lo exhibía como blasón de la libertad. Se produjeron numerosos lienzos análogos.
¿Quién se atrevería a nombrar la lista de cuadrados monocromáticos sin olvidar a ninguno? Hasta la publicidad abusó de la cuadratura. Pobre Blanco sobre blanco a esas alturas. En 1968, la portada del disco doble The Beatles fue malevichiana avant la lettre. Algo (algo, ¿eh?) de la vieja fuerza desplegada en 1915 fue recuperada en clave pop. La relación imaginaria entre Malévich y Los Beatles fue el punto de partida de la portada de Factor Burzaco 3,76, el cuarto disco del ensamble que dirijo y el primero en 10 años que se edita en Buenos Aires. Si se quiere, un secreto tributo a dos educaciones sentimentales, o quizá tres: el arte, la política y el rock, puntos de un triángulo privado que se condensan en un cuadrado que, a su vez, es el círculo de mi propia vida.
*Es periodista, escritor y músico, autor del blog Crónicas macrianas.