Quizá sea el pintor estadounidense más importante del siglo XX, y el más popular en el mundo. Por eso no sorprende tanto que más de 300.000 personas han visitado ya la muestra Hopper en el Museo Thyssen-Bornemisza, de Madrid. Ni que el museo haya ampliado su horario hasta la una de la madrugada desde el viernes hasta el domingo próximo, día de cierre de la exposición. Después la muestra irá al Grand Palais de París, donde se exhibirá desde el 10 de octubre hasta el 28 de enero de 2013.
Edward Hopper pintó como nadie la soledad del hombre contemporáneo. Frente a sus pinturas muy narrativas, que construye como escenas de películas, uno se pregunta qué les pasa a esos hombres y mujeres solos, ensimismados, en silencio y congelados en el tiempo como si estuvieran fuera del mundo. Hasta los objetos parecen solos en sus cuadros. Como los buenos narradores, Hopper sabe de sus personajes mucho más que lo que cuenta. Quizá sea ese silencio, eso que no cuenta, lo que cautiva de sus pinturas.
Lo que es bello en su pintura no lo era en su vida. Imposible no vincular la ficción de sus cuadros con las notas del diario de su esposa, la pintora Josephine Nivison, llenas de amor pero también de amargura por su incapacidad para comunicarse, para dejar de leer mientras ella le habla. O con los dichos de John Dos Passos, muy amigo de los Hopper: “Edward parecía siempre a punto de decir algo. Pero nunca lo hacía”. Prefería el óleo a las palabras. “El arte es el esfuerzo de uno por comunicar a otros su propia reacción emocional ante la vida”, escribió.
Es posible que la enorme popularidad de Hopper se deba al cine. Porque así como él componía sus escenas como en un set cinematográfico, el cine se apropió de muchas de sus imágenes y las convirtió en partes de películas. Las escenas de la Norteamérica de mitad del siglo XX que él pintó -los hoteles, los cafés, las estaciones de servicio, los trenes, los paisajes anónimos y desolados- hoy son íconos de la modernidad, están en el cine e ilustran las tapas de novelas de Raymond Carver. Por eso, aunque la época sea otra, es posible encontrar en la web videos como este en el que se suceden esas imágenes, con la voz melancólica de Leonard Cohen como banda de sonido.
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