Las casas de muñecas son, en buena medida, monumentos mínimos a la imaginación pero también a la nostalgia. El aura que las rodea mucho tiene de melancolía en ese sentido que Susan Sontag encontró en el pensamiento de Walter Benjamin:
Miniaturizar significa hacer inútil. Pues lo que queda grotescamente reducido es, en cierto sentido, liberado de su significado: la parvedad es lo notable en él. Es al mismo tiempo un todo (es decir, completo) y un fragmento (tan diminuto, la escala errada). Se vuelve objeto de contemplación desinteresada o de ensueño. El amor a lo pequeño es una emoción de niño, colonizada por el surrealismo.
Hace poco más de un año, la artista de origen canadiense Heather Benning llevó este símbolo de la infancia a dimensiones mayores. Como si pusiera una lente de aumento sobre ese territorio ilusoriamente paradisíaco que son los años de juego e inocencia, encontró una casa abandonada y en ruinas y la rehabilitó para que tuviera todo el aspecto de una de muñecas.
La luz, los enseres, los colores. Todo, al final, dio una impresión acabada de una estas artesanías habitadas por la fantasía pueril.
Ahora, sin embargo, se dio a conocer que la autora de este trabajo admirable redujo todo a llamas. Inició un incendio que acabó con su obra convirtiéndola en nada más que escombros y cenizas. Una vuelta de tuerca al mecanismo de la nostalgia: forzándolo hacia la insignificancia. Un ejercicio deconstructivo. Real en ese sentido que daba Lacan a las cosas ante las cuales el lenguaje parece no tener otro papel más que observar, atestiguar, balbucear para registrar lo sucedido.
“La Casa de Muñecas era una reflexión sobre el tiempo y las épocas pasadas. Ahora con la abolición completa del proyecto la obra ha completado su círculo”, declaró al respecto Benning —en cierto modo, irrefutablemente.
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Fuente: Pijamasurf.com