Hace más de un año Dolores Casares se borró de todo. «Tenía que meterme en el taller a trabajar», dice. Y se metió. Salió hace días, para inaugurar Inmenciudades, su nueva muestra en la Galería Aldo de Sousa, en la que se exhiben veinte obras que abren nuevos caminos en su trabajo.
El resultado de ese año de ostracismo entusiasmó, entre otros, a Mari Carmen Ramírez, curadora de Arte Latinoamericano del Museo de Bellas Artes de Houston y una de las personas que ha hecho más para que los estadounidenses se acerquen al arte de Latinoamérica con una mirada que vaya más allá del folklore y del color local al que durante años estuvo condenado en el norte del continente. Tanto, que planea abrir el año próximo una subasta en Houston con una de las nuevas piezas de Casares.
La artista trabaja con cajas de acrílico, tanza (hilo de nylon), agujas de acupuntura e iluminación con LED, para producir piezas donde se juega una delicada tensión en el espacio entre los volúmenes y el vacío. «Mi obra hace pie en el vacío», dice Casares y luego hace un silencio, como si esa frase lo explicara todo. El mismo silencio que hace la gente cuando entra en la galería y se enfrenta con la arquitectura transparente de esas torres y los juegos de sombras que proyectan sobre las paredes.
El nuevo trabajo de Casares entusiasmó también al curador e investigador Rodrigo Alonso, que escribió un libro sobre su obra de los últimos cinco años. El libro, cuya edición es financiada por el coleccionista Guillermo González Taboada, creador de la página Art Democracy, se presentará el próximo 5 de septiembre en el Hotel Sofitel, frente a la galería.
Consejo: cuando visites la muestra, atención a «Escenario», una obra hecha con 4.964 agujas de acupuntura milimétricamente dispuestas, que vibran como un juncal en la brisa, como las cuerdas de una guitarra muda.