Eva-Argentina. Una metáfora contemporánea, título del envío argentino a la 55a. Bienal de Arte de Venecia, plantea el desafío de representar a una de las mujeres más emblemáticas del siglo XX desde la mirada del arte contemporáneo.
«No quiero decir sobre Eva las cosas que ya se dijeron mil veces», dice Costantino desde Italia, donde se encuentra dando los últimos toques al montaje de su compleja megainstalación performática sobre Eva Perón, la cual cuenta con el valor agregado de inaugurar el paso del arte nacional por el Pabellón Argentino.
«Hasta ahora a Eva la representó la política y el espectáculo, nunca el arte como proyecto más complejo, fuera de la pintura y siempre basado en su iconografía más conocida», expresó.
«Todo muy arraigado en el imaginario popular», explica sobre la muestra que con curaduría de Fernando Farina representará ante las vanguardias de todo el mundo en la bienal veneciana que desde el próximo sábado y hasta el 24 de noviembre abrirá sus puertas al público.
Traté de mostrar la imposibilidad de representarla de una única manera, multiplicándola, desvaneciéndola y desmaterializándola de a poco», asegura respecto al minucioso y obsesivo trabajo que tuvo en el vestuario del ícono peronista su herramienta fundamental, desde lo formal y conceptual.
¿Por qué Evita? «Siempre busco referirme al paradigma, si hablo de una cena, es la cena de Da Vinci, en ese sentido y continuando con los anteriores trabajos de apropiación de un personaje, pensé en un personaje histórico femenino y Eva se imponía», aseveró la controvertida artista nacida en 1964 en Rosario, reconocida en el mundo por sus Chanchobolas.
Y muestras como Savon de corps, donde bajo el eslogan Tomá un baño conmigo exponía émulos de productos de belleza de lujo realizados con un tres por ciento de su grasa corporal.
Es ella, Nicola, la artista, quien encarna a Eva en las imágenes que tomarán los 500 metros cuadrados del pabellón: «La forma de desplegarla a través de seis mujeres -que componen un panorámica de 17 metros con las imágenes más representativas de su vida- tiene que ver con que no puede ser representada en una figura. Es el sueño pensado como deseo cumplido», indica Costantino.
«El arte contemporáneo nunca se ocupó de la figura de Eva desde su lenguaje, desde la problemática de la representación», añade y por eso aceptó, además, «el desafío de enfrentarse a 60 años de preconcepto sobre una imagen trasmitida como leyenda», a partir de una obra «que se nutre de cuestiones éticas y políticas» pero «no es doctrinal como podría haber sido el muralismo mexicano o el conceptualismo político latinoamericano de los 70″.
La obra que comenzó hace dos años para ser exhibida en el Teatro Colón, algo que no puedo ser, fue pensada como un recorrido en distintas etapas, con varios movimientos, y por esto la llamo rapsodia inconclusa explica-, es la forma musical del romanticismo y Eva para mí es como una heroína romántica».
Tras un extenso recorrido y con algunas modificaciones llegó a Venecia dividida en cuatro etapas.
En la primera parte, titulada los «Los sueños», Eva es una imagen fantasmagórica donde conviven como si de un tiempo surrealista se tratara- diferentes capas temporales simultáneas; desde su juventud de vestidos floreados y peinados banana, típicos del mandato de domesticidad femenina de los 40 -una muñequita limitada al hogar-, a la transformación en la mujer fuerte, la líder, a la belleza y refinamiento de Dior».
Atravesado este espacio el espectador se encontrará con «El espejo», donde Costantino caracteriza el dormitorio de Eva y destaca su vestuario, «una cuestión de Estado asegura- porque con él construyó su identidad».
«Mi preferida es la del trajecito sastre, nunca me sentí tan femenina con un traje, confía sobre las personificaciones que llevó adelante ella misma, para las que diseñó hasta ropa interior de época».
Allí la representa preparándose para salir a escena e interpretar su mejor papel. El de Eva Perón. No la muestro frente al micrófono dando discursos, que es la forma más desgastada de su imagen, genero un juego de ficción y realidad, como backstage donde se mezclan momentos de Nicola y otros de la ficción de Eva».
Mientras que «La fuerza», la tercera etapa de esta instalación, es un perturbador y gigantesco vestido de hierro, inspirado en el que cuenta que Eva mandó hacer para que la sostuviera en pie cuando la enfermedad la vencía.
«Pesaba 35 kilos. No importa si fue verdad, en las fotos se la ve sobre un auto saludando a la multitud 40 días antes de su muerte, y este vestido está poseído por los sentimientos de frustración e impotencia, recuerda.
El vestido máquina, así lo llama Costantino, «es el objeto que mejor la retrata en su obstinación y su fuerza que no encuentra descanso, no para, una metáfora de su incansable energía luchando hasta el final.
La primera vez que lo vislumbró lo pensó para un escenario cuadrado bajo nivel, encerrado como un león en la arena, golpeándose contra las paredes y los espectadores viéndolo desde más arriba», rememora.
«La lluvia», en tanto, es la última parada por este intrincado laberinto, dedicada a su vínculo con el pueblo, al final de la instalación no están ni ella ni la multitud, sino la energía que sobrevoló los 14 días que duró su funeral», dice Costantino.
Se trata del desconsuelo hecho metáfora con una montaña de lágrimas de hielo que se derriten y gotean generando una peculiar cortina sonora.
Eva tenía una relación amorosa con su pueblo, le hablaba a millones de personas como si fueran uno. La montaña de lágrimas de hielo simboliza a los dos millones de personas que esperaron dos semanas bajo la lluvia para despedirse de ella, describe.
La obra, resume Costantino, apela a lo emocional del espectador sin dejar de ahondar en su capacidad reflexiva y busca dejar un final abierto que cuestiona el mito y enfatiza la imposibilidad de representar a un personaje complejo como una estructura cerrada.
Fuente: Telam //Más tarde hoy miércoles noticias frescas.