En los registros de tres colegas fotógrafos que admiro, encontré un extraño punto en común en sus ensayos visuales sobre la brutal represión del jueves. La brutalidad, desde mi percepción, quedó neutralizada por una estetización que precisamente se traga el horror. Estas obras serán las que se verán por décadas para dar cuenta de este momento en que pretendieron sin disimulo derrocar la protesta con impunidad.
Abrimos un debate que de ninguna manera concluye con estas breves y atrevidas palabras que boceto ahora.
Unas horas despues: probablemente el verdadero debate silenciado es el que no puede responder a la pregunta: «cómo organizar la protesta». entonces estas imágenes donde somos claramente masacrados, dotadas de un belleza que lo podriía hacer tolerable o que, sin proponérselo, disfrazan el verdadero suceso, tranquilizan ante la imposibilidad peligrosa de no detenernos a responder a la pregunta, a delinear una estrategia, por fin negarnos a ser víctimas, por fin animarnos a tramar como podemos habitar los espacios, nuestros cuerpos, no aceptando la derrota como esa fatalidad que vuelve y vuelve porque recurrimos a viejas coreografías donde el final ya está cantado porque ya sucedió, ya lo fotografiaron. Las imágenes de estos días recurren a la represión de los 70s, a la de 2001 pero no. Son otras en las que admiramos su técnica, su encuadre en el borde de Blade Runner 2049 y Acorazado Potemkin, y contradiciiendo mi hipótesis anterior: ¿y si son el síntoma de que hay algo de ficción en nuestras rebeliones? ¿y si lo que captan es justamente una antigua escena que pretende no ser la misma pero, ohhh, en efecto lo es? Hay algo sutil en la edición: efectivamente sucedió una masacre pero simultáneamente se celebró el logro de frenar la sesión. No encuentro ese registro. Quizá solo es que yo no lo encuentro.
