Marina Abramovic nos está esperando en el octavo piso del Hotel Madero, donde para estos días de actividad frenética en Buenos Aires. Es una pequeña sala de conferencias donde solo está acompañada por su interprete que apenas interviene porque el encuentro exclusivo que tiene lugar en inglés. Espía mi vestimenta, toda negra, igual que la de ella: palazzo y polo negros y su larga cabellera coquetamente volteada hacia la derecha, apenas se vislumbra un milímetro de raíz blanca que irrumpe como azarosa en su imagen impecable. Una imagen que cuida mucho. No permitió fotógrafx en la entrevista . Apenas entramos comienza una conversación casual, nos cuenta cuánto le gusta Buenos Aires en la que aterrizó hace apenas doce horas, le gustó mucho Palermo en la zona botánico donde estuvo dando unas vueltas, visitando con placer la muestra Experiencia Infinitia en el MALBA. Definitivamente, según esta primera impresión de nuestra ciudad, una mezcla “entre París y Madrid”, dirá, le gustaría pasar este período de su vida. Pregunta retóricamente si será caro alquilar un departamento para vivir aquí, la disquisición parece más una gentileza que una realidad. Luego de romper el hielo con esta pequeña charla, empezamos a hablar en serio.
El dolor y la resistencia ocupan un lugar preponderante en todas sus obras, le preguntamos cuál es la causa: “El dolor fue algo muy importante en el inicio de mi carrera. Hay tres cosas a las que las personas le tenemos miedo: el dolor, el sufrimiento y la muerte. Tuve una experiencia personal, que me conectó con el dolor cuando tenía seis años. Un diente me sangraba y me sangraba y no paraba el sangrado, al principio me diagnosticaron hemofilia pero finalmente se trató de otra cosa mucho menos peligrosa. Perdí el diente y estuve sangrando por tres meses. Eso me puso en el hospital por un año. De ahí surgió mi miedo a la sangre y una de mis primeras performance fue para vencer ese miedo, para confrontarlo, me cortaba a mí misma con los cuchillos que se entrecruzaban con mis dedos. Esa fue la primera razón por la que trabajo con el dolor, una razón personal. Pero luego investigando las culturas antiguas, en todas ellas encontré diferentes tipos de ceremonias por las que todos llegaban al extremo del dolor por diferentes medios y causas , ellos llegaban al extremo del dolor y renacían. Y para mí el dolor extremo es una puerta para llegar a otro estado de conciencia, por eso es tan importante para mí llegar a ese límite. Es como una experiencia fuera del cuerpo y para mí experimentarla fue como guau que es esto, era ni más ni menos que la llave que me permitía entrar a otros estados de conciencia, digamos superiores. La primera parte es la peor, esa en la que se sufre extremamente pero una vez que se cruza, las posibilidades de trabajar con la conciencia y la mente son infinitas”.
Educada rígidamente en la Yugoslavia comunista, tuvo una madre igual de rígida que el gobierno bajo el cual empezó a hacer sus primeras performance. A los 29 años escapó de Belgrado no por el comunismo sino por su madre, una mujer controladora que la obligaba a volver a su casa a las diez de la noche y que por la noche se levantaba a ver si Marina se había movido mucho en la cama y arrugado las sábanas. “Ahora duermo toda tiesa, cuando voy a un hotel ni siquiera arrugo las sábanas, eso se lo debo a mi madre”.
En sus trabajos iniciales y en su obra reciente se puede ver un cambio con respecto a la relación con la audiencia. “Para mí lo más importante de mi trabajo –explica- es la relación con la audiencia. Hay que guiarlos, ellos actúan según los elementos que vos les des. Les ofrecés un cuchillo y te van a querer matar, les ofreces silencio y lo que vuelve es conmovedor, es la intromisión de cada uno su conciencia más profunda. Yo al principio ofrecía cuchillos y armas, ahora ofrezco silencio y esta conclusión, la de que el público hace según lo orientes la pude aprender luego de cuarenta años de trabajo”. Parece un poco mesiánico este pensamiento, el artista como dios que guía a la audiencia y esta obedece como manada. Le preguntamos. “Yo no obligo a nadie a que asista a mis performance. Entender como trabajar con la audiencia es parte fundamental de todas mis performance. Yo no hago nada que el otro no quiera hacer. Es la audiencia la que finalmente decide qué hacer. Para mí la performance sólo se concibe con la audiencia con la que se da una suerte de simbiosis donde ambos somos responsables”.
En su recordada obra, Erótica Balcánica, Abramovic ofrecía su sexo al cielo. El erotismo ocupa un lugar importante en su trabajo. “Quería hacer un trabajo sobre la pornografía pero lo encontré un poco aburrido. Entonces indagué en mis raíces balcánicas y encontré una leyenda, o quizá fue parte real de la historia de los Balcanes, por la cual las mujeres, en grupo ofrecían sus vaginas al cielo para que parara la lluvia que hacía tanto mal a las plantaciones, encontré mujeres de todas las edades desde 40 años hasta 86 años, te imaginás lo complicado que sería para una anciana pararse bajo la lluvia exponiendo su vagina pidiendo que la lluvia pare. Bueno eso sucedió en la historia ancestral de los Balcanes y fue lo que reproduje en Erótica Balcánica”. Pensamos que quizá allí encontró un verdadero poder en el mundo femenino, su obra más allá de su discurso se despliega como enteramente feminista pero Abramovic lo niega. “Totalmente no. No necesito ser feminista. Nuestro cuerpo tiene tanto poder que no me parece necesario. Odio pertenecer al gueto del arte femenino, no me gusta ponerme en el lugar de víctima que siempre reclama. En la performance el cuerpo es el medio del arte, es el cuerpo humano. No importa si sos lesbiana, gay, trans, mujer, hombre, blanca o afroamericana. Es el cuerpo en tanto ser humano. ¿A quien le importa? Nosotras tenemos el mayor poder que es el de dar la vida, aunque yo no tenga hijos, puedo asegurarlo. Entonces no estoy de acuerdo con ponerme en el lugar de víctima si como mujer puedo conseguir todo lo que quiero”. Sorprende su tono taxativo, siempre amable, pero aquí más serio y frontal. Le recordamos que la desigualdad no es un punto de vista sino que existe. Y muy confiada, Abramovic replica. “Como artista no la padezco. Me dio mucha ventaja ser mujer. Siempre me planté en este mundo masculino como alguien superior, creyéndome absolutamente que lo era y lo soy, y eso me dio resultados. Si me hubiese plantado diciendo ‘pobrecita yo’, la historia hubiese sido distinta, habría perdido mi poder natural. Nosotras ya tenemos el poder. Hablo como artista. No sé qué posición hubiese tomado si me dedicase a la política o a otra cosa”. Le recordamos lo que ella misma hizo en sus comienzos donde emponderó su cuerpo de mujer. Le recordamos que mientras Chris Burden jugaba a los soldaditos con sus performance y Vito Aconcci se masturbaba en un baño y le hablaba a la audiencia que estaba en otra sala a través de un micrófono, ella hacía otra cosa, algo que incluso va contra sus palabras que excluyen, en la palabra únicamente, su obra como feminista. Lo reconoce: “Sí, es verdad. Una de la reperformance que hice fue la de Aconcci de modo que estuve durante 7 horas masturbándome en un baño lo que me produjo muchos orgasmos y fue algo incómodo para llevar fácilmente adelante (risas). Pero en mis inicios en Yugoslavia, yo que vengo de una familia de soldados, tanto mi madre como mi padre lo eran, siento que siempre jugué el rol de la mujer y del hombre, fui ambos soldados”. Una educación estricta puede explicar su negativa a los encasillamientos más allá que las obras desmientan lo que dice. Su trabajo es feminista, extremo y profundamente político. Insiste en negarse a encasillarse. Titubea, por fin habla. “No lo sé. Es encasillarlo decir que es político. Es político, pero es social, es espiritual. Estuve en Qatar, en Abu Dabi, y ahí quería dar una conferencia. Me dijeron que iba a ser completamente imposible que las mujeres asistieran y que ni siquiera lo podía anunciar. Yo humildemente sugerí si no podíamos al menos promocionarlo por Internet y ver qué pasaba. Se llenaron cuatro buses de donde bajaron mujeres. Increíblemente la sala se llenó de mujeres con burkas pero que asistieron a mi conferencia. ¿Mi arte es político? No sé, en ese caso trascendió la política y creo que en general la trasciende.
Actualmente se encuentra abocada a desarrollar el Marina Abramovic Institute (MIA), que se encuentra en Hudson a dos hora de New York, ciudad donde esta nómade contemporánea por ahora reside. “Lo más difícil de MIA es construir el edificio. El arquitecto que elegimos hizo los planos y el costo era de 31 millones de dólares, dinero que obviamente no tengo ni creo que vaya a tener en mi vida. Entonces estamos pensando en dos cosas. Una que acabo de probar en San Pablo y que también haré aquí, es exportar el método, viajar e impartirlo. Y otra es bajar los costos del edificio, hacerlo menos espectacular y convertirlo en un espacio donde se conserve todo el tipo de arte que es inmaterial, desde las performance, el teatro hasta la música que creo que está en la cúspide de todas las artes y por supuesto cuando esté listo será un lugar de enseñanza y libre creación donde la gente de todas las edades, razas y problemáticas y de todo el mundo puedan acceder libremente. Será un lugar de preservación de la performance y también un espacio de creación”.