Por M.S. Dansey
Funcionó. No solo para los galeristas que en su gran mayoría cubrieron los gastos y en muchos casos hicieron una diferencia, sino para el público que pudo recorrer la feria sin el agobio de quien busca una aguja en un pajar. Menos galerías, con propuestas más afiladas. Menos días, más espacio para mostrar y transitar. Y también mayor presencia internacional, no solo por las 40 galerías que vinieron de afuera sino por las personalidades que se presentaron en el auditorio a cargo de la española Chus Martínez, nombre clave si los hay.
En un claro proceso de reestructuración, la dirección de arteBA, en su 22a. edición, cortó por lo sano y redobló la apuesta. Mal no le fue. Por lo menos en términos económicos. Nos debemos el análisis estético, porque si bien toda feria tiene objetivos comerciales, es el campo artístico donde termina de jugarse su valor.
En líneas generales se vio una muestra pasteurizada, con fuerte presencia de pintura, escultura y objetos emparentados con lo decorativo, casi sin margen para la experimentación. Los galeristas mayormente anduvieron por terreno seguro y, es lógico, en tiempos de incertidumbre, uno se vuelve conservador. Incluso en los espacios de reflexión, a los que este año se sumaron dos plataformas que en el futuro darán que hablar: Por un lado, el espacio para la Nueva Curaduría que ganó Lara Marmor con un video documental de la artista Leticia El Halli Obeid que si bien no innova, es correcto. Y por otro, Isla de Edición, espacio dedicado a las publicaciones de arte en español, curada por Eva Grinstein y Lucrecia Palacios, quienes hicieron una cuidada selección de obras actuales y de la historia reciente pero dejaron afuera lo escrito en digital.
Solo hay que recordar ediciones anteriores del Premio Petrobras para advertir que este año todo fue más acotado y prolijo, aunque esta vez el premio dirigido por el mexicano Cuachtémoc Medina, fue más político también, sin que por eso llegar a la revolución. El cordobés Jezik fue el ganador con su obra Aguante.
Entonces, las nuevas tendencias que uno va a buscar a la feria aparecieron de manera tímida y en estado embrionario. Es evidente que se ha cerrado el ciclo de desborde adolescente –festivo pero controlado, no sea cosa que moleste a alguien– de la década pasada. Ya no se vieron los papelitos pegados con cinta scotch, ni las esculturas de ketchup, ni los zafarranchos a los que nos tenia acostumbrados el Barrio Joven donde reinó la compostura y el orden. La veta fresca se vio justamente en algunas galerías del programa Upgrade, como llamaron a las galerias Cobra, Mite y Miau Miau, que pasaron al cuerpo central, y al que yo agregaría Sly Zmud, donde se vieron piezas de una sensibilidad afectada que va y viene de la rareza a la fascinación.
En esa línea se leyó el trabajo de Adriana Minoliti ganadora del premio Arcos Dorados. Las seis propuestas seleccionadas por el curador Pablo León de la Barra, permitieron hacer un diagnóstico del estado de la pintura latinoamericana. Entre los estudios de la naturaleza del brasileño Pedro Varela, suerte de Humboldt lisérgico, y la obra del mexicano Giandoménico Pellizzi, que más que pintura podría decirse son intervenciones de color sobre la arquitectura, la pretendida nueva pintura, en cada una de sus versiones, resultó previsible. Minoliti, en cambio, en esa hibridación que hace entre el paisaje clásico y la tradición moderna, consiguió una unidad de estilo que se aplica a todo y a cada una de sus partes, con solvencia y sin por eso agotarse.
El campo extendido del arte contemporáneo es, a fin de cuentas, un campo de batalla en constante expansión en el que uno deberá defenderse con lo que tenga a mano y en el mejor de los casos recurrirá al camuflaje. Situémonos en U-Turn, el circuito de galerías internacionales, curado por Abaseh Mirvali, donde se cultiva el germen europeizante que irá a prender en la población local. Entre el minimal de manual, y el post-minimal aggiornado a las circunstancias de un envío al fin del mundo, se encuentran buena parte de las propuestas que llegaron escuetas y descontextualizadas, con las que los argentinos debieron dialogar. En Nora Fisch, el binomio Laguna-Pérsico articuló de maravilla en su desigualdad. Ella, en su desborde de manufactura carnavalesca estuvo signada por la autoconsciencia. Él, en su metodismo monástico liberó un demonio emocional. Ella desde la presencia, el desde la ausencia consiguieron conjugar su espacio a través de la escena montada sobre la que circula el espectador.
Enfrente, en Ruth Benzacar, el tándem Basualdo-Lamothe igualmente recurrió a instalaciones simples de factura industrial, donde los materiales jugaron un rol fundamental pero donde el artefacto no fue más que una excusa para transitar la experiencia real y poética de, según el caso, entrar y salir de la jaula, escupir.
Todo parecería indicar que hay una tendencia al mínimo recurso, a la emotividad de los materiales, y al arte en tanto acción. Pero al mismo tiempo es evidente que el nuevo pret a porter, no nos privará de eso tan latinoamericano que es la posibilidad de la anécdota y el error. Me animo a decir que los valores de la fibra subjetiva sobrevivirán a esta aceptación de la forma prefabricada, ya no como una reacción ante lo extranjero, sino en todo caso como una nueva posibilidad ante su propuesta inicial.