“Justamente creo que la persona que produce,/produce desde su centro,/y el arte centra, afirma”AL
“Bienvenida primavera”. Así se llama la muestra- homenaje a Alfredo Londaibere (1955-2017) que tuvo lugar en la galeria Nora Fisch con curaduría de Jimena Ferreiro. Se trata de su segunda exposición individual en ese espacio y la primera luego de su muerte en 2017. Mencionar a la primavera cuando ya arrancó el otoño podría parecer una afrenta. ¿Quién sabe? La “primavera” que trae su obra se puede sintetizar brutalmente en la palabra “color”. Más allá de que ese nombre remita a muestras pasadas que lo vinculan afectivamente. Atravesamos esta muestra para ahondar más allá de ella e intentar bocetar qué significó para la historia del arte argentino Alfredo Londaibere, que este año también tendrá una retrospectiva curada por la misma Ferreiro en El Moderno que actualmente se encuentra en curso y fue curada por Jimena Ferreiro.
La obra de Londaibere presenta un equilibrio muy sofisticado entre lo que se controla y lo que no, y entre todo lo que es lindo, desprejuiciado y significa, representando un espacio en el que explotan las flores, a veces contenidas, delimitadas y moldeadas por una geometría muy precisa y pregnante. Las obras dialogan con el pasado porque portan elementos vinculantes a los lenguajes de algunos de los grandes movimientos organizadores del arte del SXX y a tradiciones locales.
Por citar algunos: el fileteado porteño, el Barroco criollo, el Cubismo, el Surrealismo, las geometrías de Xul Solar y de Pettorutti y, ya, abriendo mucho más el abanico, la larga tradición occidental de la pintura de flores. Pero todo esto se intuye en presencia de la obra, no se sabe per se porque las referencias son delicadas y priman otros factores como la forma, o el color, y por sobre todas las cosas, el misterio entre ambos. Londaibere fue pintor, dibujante e hizo collàges. Transitó todo un repertorio de lenguajes bi- dimensionales que por momentos adquirieron otro peso en sus grandes acrílicos sobre tablones de madera reciclada y tratada, enmarcados con perfiles de alpaca. En dicha serie, veces el tema no son las flores, sino árboles invernales que parecen raíces, rodeados de constelaciones planetarias. En sus collàges, abordó figuraciones curvilíneas e intervenciones con gemas. Trabajaba por series. Como todas las grandes obras, las de Londaibere reconcilian oposiciones, y la síntesis de esto figura en el texto curatorial escrito por Jimena Ferreiro para la exposición a través de una cita hallada entre sus cuadernos personales:
“Veo la naturaleza como unidad de forma y sentido. Siento que eso pertenezco, que eso soy. Parte y todo. Conciente de lo continuo, de lo integrado como verdad.”
ORÍGENES
Londaibere nació en Buenos Aires en 1955. Pasó varios años de su infancia con su familia en la provincia de Entre Ríos. Quienes conocieron a sus familiares los describen como gente buena, muy amable. No hay ningún artista entre sus parientes y la vocación parece haber sido de nacimiento “algo muy natural en él, aunque siempre reconoció que quien lo formó fue su primera maestra de Arte, Araceli Vázquez Málaga”.
Como afirma Alfredo en su biografía: “Me sentí aceptado en esta tradición cuando llegué al taller de Araceli. Con el oficio me transmitió este sistema de desarrollo espiritual, la responsabilidad de conocerlo, practicarlo y transmitirlo, el compromiso de fidelidad a su verdad y la gracia de disfrutarlo.” Previamente, sin embargo, si aparece una fuerte sensación que es casi como una revelación. “A los cinco años viví uno o dos en una plantación en la provincia de Corrientes, rodeado de monte y bañados, fue la primera experiencia de expansión de conciencia que recuerdo. El tango “Garufa” cantado por mi mamá es el hecho estético que tengo presente de años anteriores. Viví en la alternancia entre la introspección “del año” en Buenos Aires en la cultura; con los veranos en el campo entrerriano donde recuperaba la sensación de unirme al paisaje y a lo salvaje, a lo natural.”
LA COCINA
En los años de configuración de su expresión compartió su vida y un departamento con Alberto Goldenstein. Ambos se dedicaban a producir: a hacer y a pensar la obra. Y las palabras que se reiteraban como un mantra en ese clima eran siempre “Primero está la obra. Lo único que importa es la obra.” Era como si se recordaran mutuamente de no pensar ni en el consumo ni en la distribución, parafraseando a Acha. En ese momento las estéticas de ambos, tan distintas, adquirieron fuerza apoyadas en sus miradas mutuas, y en la admiración recíproca. Para Goldenstein, fueron años de compromiso y confianza, años generadores, productivos, con un tinte espiritual en la forma de pensar el arte exclusivamente desde la creación.
Alfredo, de alguna manera, le abrió la puerta del panorama local dado que Alberto necesitaba re- ordenar su labor luego de un largo e intenso período de formación en Boston. “Fue un momento como de una sociedad fundacional. Vivimos juntos la cocina antes de salir al mundo. Para mi fue un factor de inspiración muy grande.” En un momento dado, fascinado por la obra, Goldenstein decidió llevarse una serie de trabajos de Londaibere a San Pablo con el objetivo de armar una muestra. Fue algo intempestivo, como la cristalización de una consistente fascinación con lo que hacía. Alfredo estaba trabajando en una serie de obras sobre papel, collàges entre otras cosas, basados en las Agujas Canastita: un invento más bien insólito que existía en todos los hogares y sospecho que todavía existe en muchos. Las canastitas son como un pequeño homenaje al mundo que soñó alguna vez William Morris: algo obvio, cotidiano, y muy lindo.
Con algunos peros, Alfredo accedió a armar cuidadosamente un rollo con los trabajos para que Alberto se lleve en el viaje. Una vez en San Pablo, Alberto empezó a buscar conexiones. El viaje duró 45 días en total, y en los primeros dio con León Ferrari quien se encontraba viviendo allí, y a León le encantaron los trabajos. Poco después apareció la posibilidad de exponer en un bar, y fue el momento de pedirle a Alfredo que viaje. La respuesta al teléfono fue sorprendente “Pero no! ¿Cómo se te ocurre? ¿Cómo voy a viajar para mostrar allá la obra? ¿Desde cuándo? Estás loco.” Pero como hay parejas que tienen la virtud de desterrarse mutuamente todos los miedos, viajó. Y vendió. Y esta parece haber sido su breve experiencia comercial internacional, y uno de los factores que hacen que todos sus currículums empiecen con la siguiente enunciación:
“Comenzó a mostrar su obra en bares y discotecas”.
EL ROJAS
No sabemos con certeza si los bares y discotecas fueron los emblemáticos del under, aunque hay textos que afirman que si, que mostró en el Bolivia y en Cemento. Si sabemos que su primera exposición individual tuvo lugar en el Centro Cultural Rojas en el año 1989, que si era “el” Centro Cultural ese año. Es difícil explicar el pulso de una institución en un contexto como el presente que nos encuentra tan desconcentrados y diversificados, pero el Rojas había sido fundado en 1984 como parte de la Secretaría de Extensión Universitaria de la Universidad de Buenos Aires con una misión triple: cursos de capacitación, programación de exposiciones y divulgación de material impreso, lo que luego derivaría en un proyecto editorial subsidiario de EUDEBA titulado Libros del Rojas. Desde entonces, la institución siempre ofreció una variedad astronómica de cursos.
El Centro se llamó “Rector Ricardo Rojas” en homenaje al periodista y escritor homónimo nacido en Tucumán que defendió la identidad y la cultura argentinos en textos como “La Argentinidad” “El Santo de la espada”, “Albatros” y “Eurindia”. Rojas fue rector de la UBA entre 1926 y 1930, en un tiempo en el que Hipólito Yrigoyen intentaba reafirmar su popularidad entre los sectores medios de la Argentina. Murió el 29 de julio de 1957 y “para su viaje a la eternidad llevaba sólo una alforja cargada de dignidad, de civismo, de amor a la tierra, a la juventud que había formado en la aulas (…) Quien estaba presente era siempre un maestro”. Estas frases resuenan en espejo con la labor del Centro Cultural que sigue siendo el ente que garantiza el acceso más horizontal imaginable a ciertas especializaciones. De alguna manera, el intento de Yrigoyen por dedicarse a los sectores medios hizo eco más tarde, en esta suerte de promesa de una población culta e ilustrada plasmada en una oferta magnánima y accesible de conocimiento. En materia de programación de muestras de arte contemporáneo, para 1989, la galería representaba un total renacimiento institucional.
Londaibere se encontró a sí mismo en el Rojas, en la misión del Rojas, y jamás se fue. Entre 1997 y el 2002 fue el curador de la galería luego de la gestión de Jorge Gumier Maier. El momento inicial habla de su desprejuicio característico para abordar la vida y los proyectos. En palabras de Jorge Porcel de Peralta “Era muy canchero, muy piola, muy simpático. MUY piola. O sea un tipo inteligente pero no que tenía esa solemnidad progre del intelectual comprometido. Nada que ver.” Tal vez por eso cuando Gumier Maier le preguntó qué exposiciones haría, entre otras ideas, le planteó que le gustaría hacer “una muestra de Josefina Robirosa y sus parejas que había visto en la revista Decoralia, y una de Mariette Lydis.”Finalmente, una de las primeras desiciones que tomó como curador fue invitar a Marcia Schvarz a exponer en el espacio.
En palabras de Schvarz: “Hice una muestra en el Rojas a la que me invitó él por primera vez. Creo que fue el primer año en que gestionaba la galería”. Pero lejos de buscar una estética definida, en sus palabras, Londaibere “programaba según lo que me llegaba (…) Por ejemplo, en ese momento estaba de moda el arte digital, y si de 150 carpetas que llegaban, 50 eran de arte digital, entonces ponía arte digital. Me hacía eco de lo que me llegaba.” Su rol como curador fue descripto también por Alberto Goldenstein: “Como curador, no tenía ninguno de los ticks del momento, y no se subió a las modas. No se manejaba por tendencias sino que se diferenciaba completamente de los gestos curatoriales de su época. Le gustaba mostrar todo lo que había, y disponía todas las pinturas en línea. Él sostenía otra cosa, y con el tiempo lo entendí”. Cuando en el 2005 Gumier Maier lo entrevistó para el libro Entrevistas. Curadores, Londaibere sostuvo muchos enunciados en los que se cuela un nacionalismo muy frontal.
En lo que sigue se explican sus ambiciones un poco frustradas de desplazar los focos hacia grandes muestras históricas: “Lo que quería era abrir un poco el juego para salir de lo más convencionalmente reconocido. Después me di cuenta de que era imposible porque había que tener seguro, rastrear las obras, un montón de cosas que no se podían encarar. Eso surgió de ver las falencias que hay en cuanto a información histórica. Los museos no tienen colecciones completas. En cuanto a las temporarias, siempre hay modas. Hace unos años, por ejemplo, eran los sesenta. Todos hacían alguna muestra de los sesenta. Me parece que así se conduce mucho el juicio. Si el arte argentino, en su gran variedad, estuviese más visible, habría más posiciones diferentes, posiciones más diversificadas. A lo mejor no es que falten fondos sino que los fondos están dirigidos en otro sentido”.
Es muy interesante leer la enumeración de los artistas locales que le interesaron en su apartado en la web Bola de Nieve, porque son realmente muchísimos. No eligió 3 o 4, nombró a 29 personas cuyas manifestaciones son muy distintas entre si. Al parecer tenía un arco de valoración verdaderamente amplio.
EL MAESTRO
Con Marcia, también se definió parte de su actividad como docente: “Alfredo trabajó conmigo cuando yo daba clases en mi taller de la calle Humahuaca. Dio clases ahí bastante tiempo, no se si fueron 6 meses o más, en un momento en que Guadalupe se había ido a Suecia. Y después cuando yo me fui del Rojas le dejé mi curso a él. Así que imaginate…hace muchísimos años de todo esto pero yo siempre tuve la mejor onda.” El curso de Rojas a partir de 1999 fue como una especie de eje. Cristina Brun, quien fue su alumna durante 5 años, brindó es siguiente testimonio:
“Yo lo conocí a Alfredo en el año 2002. Estaba buscando profundizarme como artista, y dije bueno, voy al Rojas y cada profesor escribía sus textos. Leí las opciones que tenía y vi lo que había escrito Alfredo y y dije es con él. Así empezó mi historia. Cuando llegué al Rojas éramos como 50, a fin de año quedábamos 10. Alfredo era súper espiritual en su enseñanza, no era un tipo que te iba a decir por dónde tenías que ir. Te daba unas bases y a lo sumo él te iba indicando solamente con señalarte un puntito: “por acá”, y yo ahí sabía que esa era mi certeza. Obviamente había a quienes esto los exasperaba porque por ahí te pasabas 3 meses pintando en su taller y ni te decía nada, hasta que un día miraba lo que estabas haciendo y te decía “es por acá”. Si no te decía “seguí, seguí”. Nosotros éramos un grupo de 5 personas que entendimos esta forma y nos sirvió para crecer en estos lenguajes. Fundamentalmente lo que te podría decir, es que en 15 años él me abrió una puerta que yo estaba buscando abrir con maestros y clínicas, y él fue quien me la abrió; a esta manera de ver el lenguaje, una manera de percibirlo, a una honestidad y a una entereza que te transmitía; esto de no buscar lo mediático. A esto, cuando estás adentro, lo ves. Esto de no ser secuaz de nadie más que de uno mismo. Eso es lo que me transmitió siempre, desde que lo conocí. Esta cosa chiquita, segura y certera. Me dio un modo de estar en el lenguaje y eso a mi me pareció increíble. Después de casi 5 años de ir a su taller me dijo “bueno, no vengas más” y yo casi me muero porque sentí que me quedaba en pelotas, y de hecho fue así, pero él me siguió acompañando.
Venía 2 o 3 veces al año a mi taller y me hacía las clínicas gratis. Había que estar frente a una clínica de Alfredo porque con sus silencios y con sus pocas palabras, para el ego del artista… que nos la creemos… muy despacito te decía “bueno, no sé”, te mostraba que donde estabas no era el mejor lugar, o te daba una indicación “yo que vos iría como por acá”. Y vos le estabas mostrando 40 pinturas. De hecho he tenido amigos que no eran sus alumnos y que me insistían para que Alfredo les hiciera una clínica y yo preguntaba ¿Estás seguro? ¿Con Alfredo? y él jamás me cobró una sola de ellas. A un amigo de Córdoba que es artista y se vino para esto, le hizo una clínica y después estuvo sin pintar un año. Y para mi lo que le había dicho estaba muy bien, y no había sido ni brusco ni nada, pero bueno, era muy certero con lo que te decía, entonces alguien acostumbrado a que le digan “ay qué lindo” que vengan y te digan “mirá, lo que estás pintando es pasado”… a mi, me estimulaba a seguir. A otros quizás no. Otra cosa que hay que destacar es la generosidad que tuvo con quienes estaban entregados y escuchaban lo que tenía para decir. En mi taller ha estado 3 horas simplemente charlando. Jamás le cobró una clínica a mis amigos aunque no fueran sus alumnos. Miles de veces le he terminado de pagar 3 meses juntos, porque yo en ese momento no tenía disponibilidad económica y él lo sabía. En un momento yo encontré un espacio y lo compartimos: yo daba clases para chicos y él para adultos, y yo en enero le pagaba los últimos 3 meses. Hoy en día eso es muy raro y él se seguía manejando con eso. A mi siempre me sirve como ejemplo, hoy en día que yo tengo mi taller. Me inspira permanentemente.
Existe un modo en el que la docencia ampara a la multiplicidad del sistema del arte en la Argentina, en el sentido de que muchos de nuestros artistas viven de enseñar, y esto a veces tiene la enorme cualidad de proteger sus expresiones de modas, tendencias y otras circunstancias pasajeras. Tanto el aprendizaje público del arte, como su enseñanza, colaboran a la existencia de muchísimas manifestaciones y avalan su derecho a ser. Y por este motivo son pilares esenciales del campo, porque la historia tiene una forma de ordenar siempre la verdadera jerarquía de lo que hubo, y porque las obras solo viven de verdad en las almas de quienes las valoran.
EL ARTISTA
Aun cuando el perfil de Londaibere excede el trinitario: artista- curador- docente, en la obra aparecen características de la persona y sus desafíos fueron grandes: porque es fácil generar impacto sin sentido, y difícil generar sentido sin impacto, y Alfredo logró un justo medio en esa paradoja. En palabras de Alberto Goldenstein “Era muy tradicionalista. Él valoraba la tradición, la razón profunda de la tradición. La rescataba y la entendía como una fuente de sabiduría y certeza.” Pero nada de esto es simple si no se corresponde con una búsqueda profunda. En la afirmación: “Exploro la sensación de lo vivo, bello y fresco contrapuesto a lo arduo y complejo del proceso.” se deja ver que el proceso no era fácil, sino que era una construcción.
Al preguntársele por la forma en la que sugería leer su propia obra, Alfredo respondía lo siguiente: “Me gustaría que mi trabajo pueda ser mostrado, contemplado y gozado. Las lecturas tienen que ver con intereses ajenos al significado de las obras y al hacer de los artistas. Leer entonces es entender, archivar, contextualizar, historiar pero no participar y consumar el significado de la obra.” Pedía una aproximación despojada.
Entre sus lealtades, siempre estuvieron las localías: “siento la madera reciclada, la alpaca y el objeto pesado como una forma de vincularme con el barroco criollo”, en distintos momentos trabajó con referencias al fileteado porteño de los colectivos, y con las ya mencionadas “agujas canastita” que figuran entre los elementos de sus colláges. Tuvo una fascinación con con ciertos elementos folklóricos equiparable a la alegría de un chico que va al kiosco, como si el repertorio de objetos disponibles hubiera representado un infinito de posibilidades.
Admiró la factura de ciertos libros, lo que lo llevó a cortar páginas enteras para transformarlas en soportes e intervenirlas con papeles, inscripciones o frases. Realizó la ecuación inversa al pintar fondos para suporponerles figuras de papel extraídas de revistas, cuidadosamente recortadas en un solo y difícil movimiento ininterrumpido de la mano y la tijera. Era un artista de oficio. Y, como tal, las materialidades a veces le impusieron sus propios ritmos, como los impone la naturaleza, tanto en la energía que requiere un recorte sostenido y continuo como en los largos años que tardaban en estabilizarse los anchos tablones de madera para que los pudiera pintar directamente con acrílico, sin la necesidad de soportes intermedios. En un momento se refirió a “la unidad y complejidad” de su proceso, afirmándose como un ser singular, un cúmulo de experiencias en desarrollo, un ser único en el mundo cuyo trabajo no debía ser interpelado de antemano por saberes adquiridos.
“Alfredo al arte lo tuvo claro toda su vida, era artista, sabía a dónde quería ir y no entraba en las coyunturas ni en lo que supuestamente convenía. Tenía su propia idea del artista que quería ser, no le interesaba viajar. Tenía su propia política. Fue un ser libertario.” Para él, al arte centraba y afirmaba, por eso rechazaba la “tilinguería” del “querer parecerse a”, porque su labor se había edificado un camino de elecciones y descartes basado en un diálogo interno profundo. El trabajo era para ser gozado y pedía una aproximación sin prejuicios. Y en muchos sentidos, funcionó, porque por más referencias a distintas tradiciones que co-existan en la obra, es efectivamente y de primera mano, muy única en su impacto. Como expresión de la verdad de la bi-dimensionalidad post fotográfica, su obra constituye un diálogo elaborado entre la mente creadora y el espacio desde un punto de partida cero. Y hay un solo lugar de un menor control en algunas obras: las horizontales. Es como que hay climas atmosféricos que parecen ejecutados de forma menos declarativa que todo lo demás, como si el horizonte se organizara solo, con una intencionalidad menos intensa. Es bello, es como un momento de descanso, de toma de aire. Porque aunque la obra involucre mucho de ese término de la jerga que los historiadores denominamos sprezzatura, estos horizontes presentan un nivel de descuido en las pinceladas realmente encantador. Es una obra para mirar primero, y pensar después.
LA MIRADA DE LXS OTRXS
Los años recientes cristalizaron de manera notable el impacto local de la obra y esto tiene que ver con la labor de una galerista y una curadora. A partir del 2015, se desencadenó una serie de exposiciones que culminaron en la que se encuentra hoy en Nora Fisch. Y esta etapa empezó con Jimena Ferreiro yendo al taller: “Yo curé una exhibición para el Museo de Arte Moderno que se llamó El teatro de la pintura y uno de los protagonistas era Alfredo. Era la primera vez que se mostraban esas pinturas coloridas, esos acrílicos de gran formato y fue una especie como de novedad e impacto de alguien tan secreto, tan de culto, tan de escala como de “mesa de trabajo” de golpe estaba produciendo en esas dimensiones en simultáneo a “Las flores Sonia” que es por lo que me pongo en contacto. No sabía exactamente que tenía una serie dedicada a Sonia Dalauney, pero lo intuía por su forma de aproximarse a la Historia del Arte, esa forma como de diseccionar las tradiciones europeas apropiándoselas, que me hacía suponer que alguna pieza ligada a la tradición de los Delauney podía llegar a encontrar. Y por su puesto, como era un artista muy prolífico y muy metódico y sistemático, siempre trabajando por series, me encontré con un taller cargado de obra, en producción permanente, o sea alguien que a diario iba y se sentaba a trabajar.”
Esta constancia metódica para trabajar por series fue reiterada por muchas personas allegadas a Londaibere. En los últimos días me describieron su taller como “impecable”, “impresionante”, “prolijísimo”, “muy organizado”, “todo perfecto, enmarcado por Lumen”. A esa exhibición le siguió otra en Nora Fisch en julio del 2015, y en el 2016 llegó a un contacto con el público masivo con el Cabinet de Nora Fisch en la feria de Arte BA. En términos de la galerista: “Yo me alegré mucho que el siendo alguien que en general no confió en galeristas quisiera hacer proyectos conmigo, hicimos esa muestra, y en el 2016 hicimos un Cabinet. Yo me enamoré de la obra de él. O sea, de entrar al taller, del hecho de que tuviera ese mundo visual tan rico, tan sensorial, tan sofisticado y tan coherente a lo largo de los años. Yo lo había conocido muy brevemente en el año ’97. En ese momento yo estaba viviendo en Nueva York todavía, y durante una venida a Buenos Aires había hecho un reporte acerca de la ciudad para Flash Art para el que entrevisté a cinco personas. Alfredo había sido una de ellas. En ese momento a mi me había llamado la atención que, frente a el Neo Conceptualismo- que en ese momento era en general una tendencia en el mundo (y en Nueva York sumamente fuerte) que Alfredo reivindicaba mucho lo pictórico, la pintura, la sensorialidad y eso me había llamado la atención como algo que tiene que ver con la tradición misma de lo pictórico. Más allá de las modas, etc. Me pareció que él desarrolló eso de una manera increíblemente coherente, porque 23 años después seguía con esto que es tan sensorial a nivel de lo visual y a nivel de lo que no es traducible a palabras. La obra de Alfredo es hermosa, y es muy argentina además. A mi que siempre me interesa encontrar lo indiosincrático, lo vernacular en el arte contemporáneo, yo creo que él es muy indiosincrático con una visualidad muy fina, muy bien informada y muy sofisticada. La exposición del 2015 consistió en mostrar obra tardía, esas grandes pinturas en acrílico de su última serie que eran una especie de intersección entre flores, geometría y gestualidad. Como una síntesis de tres corrientes pictóricas muy importantes del siglo XX y en pintura de flores mucho más antigua incluso. Ese mismo año, Alfredo ganó el Primer Premio Andreani y el Primer Premio Banco Central. Creo que en ese sentido nuestra colaboración profesional fue buena, fue eficiente y rindió frutos. Pero la obra de Alfredo es hermosa. Por más que lo intento, a mi siempre me sale esa palabra: es hermosa.”
INTIMIDAD
Si artista, curador, gestor, coordinador y docente ya parecen bastantes roles, Alfredo Londaibere también fue un infatigable hacedor de casas y un coleccionista. En un momento se fascinó con los cristales y los empezó a coleccionar con la misma pasión metódica con la que hacía todo lo demás. Luego de organizar varios hogares, organizó uno en el campo, en Cañuelas, a donde pasó mucho tiempo de disfrute en los últimos años. Era en Cañuelas a donde secaba y estabilizaba las maderas anchas y pesadas que componen algunas de sus obras.
Muchos testimonios dejan entrever un cierto determinismo que todos parecen relacionar con el hecho de que era vasco. Su verdadero nombre era Londaitzbehere y era conciente de su origen. Jorge Porcel me contó que en un breve encuentro que lo impactó mucho, harán 15 años, hablaron de la colectividad vasca que tenían en común.
Marcia Schvarz, por su parte, lo describió como una persona irreductiblemente joven. “Éramos del ’55, éramos del mismo año, pero él era joven”. Marcia también destacó el cariño. En el 2015 ambos ganaron Premios Banco Nación y se encontraron yendo a buscar los galardones “Yo horrorizada con el mundo del arte, como siempre, y Alfredo me decía ¿Pero cómo Marcia? ¿Después de todos estos años, todavía no te acostumbraste? ¿Todavía no te resignaste? y se reía a carcajadas de mi.” Otras personas me confiaron que era una persona muy privada, muy esquiva con su vida personal. Tal vez por eso al final muy poca gente supo que estaba enfermo. Con Alberto Goldenstein la relación se había transformado al empezar carreras articuladas por separado, pero nunca se interrumpió el vínculo sino que se transformó, hasta el punto que Alberto fue padrino de su casamiento. En mayo del 2017, Alberto tenía programado un viaje desde hacía tiempo a Londres, y no lo canceló. Se enteró del fallecimiento en los Kew Gardens, con la cámara. “Y pensaba, recordaba, lloraba y fotografiaba esas flores. Alfredo Londaibere tiene un lugar en mi mente y en mi corazón totalmente propio y eterno”.
La inauguración el pasado 6 de marzo fue descripta por muchas personas como muy especial. Como comentó Jimena Ferreiro: “Tuvimos día de inauguración. Estuvo re lindo. Sobre todo, el esposo de Alfredo estaba muy contento y eso es un montón. Estuvieron ayer muchos amigos artistas: por supuesto Alberto, Deborah Pruden, Florencia Bothlingk, entre otros, así, muy cercanos.”
DESPUÉS DE TODO, DIGO
Después de intentar reconstruir a una persona y un artista a través de testimonios, se me ocurre que a veces, cuando nos distraemos, nos damos cuenta de que mucha gente estuvo siempre trabajando en la misma dirección. Y por un momento imagino una gran sinergia, imagino todas las flores que esta tierra puede dar, y las intuyo en esta exaltación de la total mezcla plena que somos, en “La canastita”, y en la obra de Londaibere. Porque realmente no le interesaba viajar, no le interesaba el mercado internacional, no le interesaba ser seductor para ese mercado internacional, y nada de esto era una pose. Simplemente es como si nada de eso le hubiera representado una verdadera conquista, y no puedo pensar que se equivocara.
Hay pocos ámbitos más exigentes que el Argentino. Pero somos lo que hay, y lo que hay nos hace una enorme compañía. A Londaibere le interesó edificar algo veraz y ser un signo de tierra, de su tierra, con una mirada atenta. Y pocas veces existió un consenso tan convergente sobre el valor de la persona, la obra y el legado de un artista como en este caso. Si alguien quiere verificar lo que digo, su página de Facebook sigue abierta.
Para mi sorpresa, no se impone una gran reflexión, sino ese movimiento más bien silencioso de lo pertinente, lo que es correcto, lo que tiene sentido, lo que está bien. Es un legado que reafirma.
Gracias a todas las personas que colaboraron en la redacción de este artículo: Cristina Brun, Alberto Goldenstein, Jimena Ferreiro (por su gran generosidad con el material), Lux Lindner, Jorge Porcel, Nora Fisch, Elba Bairon, Ariel Authier, Marcia Schvartz, Jorge Gumier Maier, Esteban Alvarez, Sebastián Gordín, Paz Pereyra, Fundación Start y a toda la gente que hace Bola de Nieve.