Luciana tenía un blog en el que escribió: “Sólo hay una única forma de destrucción capaz de merecer mi más apasionada entrega. Y me entrego a ella. Porque solo ahí se realiza la más genuina comunión de los elementos. Un elemento cuya única función de existir sea la destrucción de otro elemento».
El blog se llamaba Comunión. Suena curioso pero aclara que en ese momento, no había para ella diferencia entre comunión y destrucción, la idea era juntar esas ideas contradictorias e idénticas –según su percepción- al mismo tiempo.
Siempre me impresionaron sus videos desmontando lugares en que avanzaba dejando atrás una estela de destrucción masiva a su paso. Imponente, Lamothe se ve en ellos arrasando con todo a su paso y uno la mira, una y otra vez y entiende que por comparación, seguramente doblar el hierro como si fuera hojalata debe ser para ella, un juego de niños. Es claro que no lo hace sola, -lo de doblar el hierro- y otros materiales igual de rotundos, pero de todas maneras impacta que las proyecte de ese modo, tiene unas manos pequeñas y finas y es muy atractivo mirarla junto a sus piezas, parece una contraposición pero no es tal, también se le nota una fuerza poderosa y aguerrida. Otros muchos escultores trabajan el hierro, mujeres también, pero con este tipo de obras, amenazantes y a la vez, de una rara elegancia, creo no haber visto en ninguna parte, al menos en ese nivel de contundencia y escala. Despliega fuerza y sofisticación, y resultan muy atractivas. Es como ver en objeto el poderío de una mina, pienso. Disfrute mucho de esa idea tan fuera del modo teoría del arte mientras recorría la exhibición.
En Ensayos de abertura –tal es el título de la muestra en cuestión- justamente fuerza como otras veces los materiales para mantenerlos en permanente estado de tensión. Aparece nuevamente el elemento perturbador, siempre se hace presente la búsqueda de una violencia vital, según comenta en una entrevista realizada por Javier Villa hace unos años. Todo tiembla y amenaza con destruirse –en esta oportunidad varias de las esculturas pareciera que fueran en cualquier momento, a estallar- pero es una amenaza que fortifica todo el sistema, una violencia positiva donde el miedo, la inestabilidad y el vértigo alimentan la percepción y potencian el estímulo. De hecho aprovecha las posibilidades que ofrecen los materiales midiendo su tensión, los fuerza a extremos; caños de hierro, bulones y grampas para andamios, tornillos y tuercas parecen sufrir una experiencia límite, es también lo que se experimenta como espectador. Esta producción es continuación de lo que venía trabajando desde hace tiempo, la misma línea conceptual pero esta vez realiza un giro, una especie de descanso en la agresión a la que creo llegó entre otras cosas, porque ya tiene muy transitados las posibilidades de los materiales. Los maneja con destreza y como si fueran maleables, en la extrema rigidez de “taquito” llega a obras que se ven muy pensadas, ambiguas entre su fortaleza y delicada belleza. Sí, algunas se ven inesperadamente delicadas, nunca endebles. No es que no se vean amenazantes, pero ahora han ganado una elegancia insospechada dentro de esa tirantez radical, un sello de Lamothe: sensibilidad dura.
Dice que le importa la escala, que su referencia es el tamaño físico de las personas y también lo que puede hacer un cuerpo y su capacidad móvil, porque es el que entra en relación con la obra y el espacio. También que los materiales midan su resistencia y donde aparece en ellos, su fragilidad. Lo logra a sabiendas y buscando esos extremos de resistencia. En cada una de ellas se siente, la tensión entre los elementos que las componen, sujetados entre sí. La incertidumbre asoma, pero no avanza, no hay zozobra ni desasosiego. Se confunde las sensación del propio cuerpo con la escultura “el reparto entre lo inanimado y lo viviente” dijo la filósofa francesa Marie Bardet, sobre su obra. Lo suscribo también, y lo celebro. Disculpen la reiteración; que bueno que la creadora de esta acabada investigación de la dureza, sea una mina.