Crónicas

Nicolás Moguilevsky: el magnetismo de la improvisación

Written by jaquealarte

Un historietista y editor profundiza en su faceta musical al frente de un disco de improvisaciones con la ayuda de un músico avezado y un productor aventurado. El corolario es La forma de estos días (Metamúsica, 2019), el segundo trabajo del inquieto Nicolás Moguilevsky (Buenos Aires, 1984), un álbum pleno en matices y misterios.

Ha cambiado tanto y abismalmente la circulación y el consumo de la música a lo largo de estos últimos años con el streaming, que alguna vez también le tenía que tocar a los mismos músicos transformar la percepción de su oficio. Algo que ha entendido peculiarmente ese rara avis que es el compositor y productor Ulises Conti, quien más de una década atrás bosquejó un proyecto que pudo llevar a cabo recién unos años atrás como productor del álbum debut de Moguilevsky, Los peligros que nos rodean(Metamúsica, 2015).

“Proyectado a partir de improvisaciones espontáneas, sin ningún tipo de partitura ni composición previa y producido por Ulises Conti, Los peligros que nos rodean remite a paisajes sonoros tan disímiles como los del neoclasicismo, el ambient o el jazz impresionista. La grabación de este disco solo piano, cuenta con la particularidad de haber sido realizado por alguien que no es compositor ni pianista, obteniendo un resultado sorprendente”, leemos en un apartado del bandcamp de Nicolás del disco mencionado.

Nadie mejor que este joven polifacético –coordinador general de la editorial Mansalva y miembro fundador del colectivo multidisciplinario Un Faulduo– para afrontar el reto, quien desconociendo la técnica pianística –en la presentación del álbum rememoró su fascinación por el piano que había en la casa de su tío, y en el cual incursionó cada vez que la familia lo visitaba, pero al que tocó por años sin otro afán que tocar– se prestó al desafío. Y como para que quede en claro que algunas veces las segundas vueltas son mejores, Moguilevsky acaba de lanzar digitalmente (está disponible en CD) su nuevo experimento, La forma de estos días. Lo que podría haber sido recuperar grabaciones descartadas de ese primer encuentro movilizador con Conti, derivó en sumar un reto a esta empresa: contar con un invitado de lujo, Mariano Malamud (en viola).

“En principio Mariano es un amigo, hemos sido socios –tuvimos juntos un bar llamado Beba, en honor a la hija del gran Osvaldo Pugliese, frente a la cancha de Atlanta–. Es una persona a la que aprecio y admiro. Él había escuchado Los peligros que nos rodean y se había interesado en ese trabajo con la improvisación que había en el álbum. Dada su actividad de músico profesional en general no puede permitirse mucho estas libertades que yo me tomaba, en ese plan donde justamente me largo a tocar sin saber tocar. A partir de hablar varias veces sobre estos temas le propuse que hagamos el experimento de trabajar juntos un nuevo disco: uno donde, desde la oposición de la técnica, pudiéramos jugar libremente con estructuras que fueran desarrolladas, descubiertas e inventadas en el momento mismo de grabar», rememora Nicolás.

Y profundiza un poco más: “El cambio entre un disco y otro fue completo. En principio pasé de tocar solo a tocar con otra persona. Casualmente con alguien que tiene la particularidad de ser uno de los mejores músicos del país en su instrumento. Frente a otro que no tiene conocimientos técnicos más que su oído, esto ya era un desafío en sí mismo. Si bien nuestra amistad nos brindaba cierta confianza en el trato dentro del estudio, no podía tener la certeza de que íbamos a entrar en el clima que yo estaba buscando para La forma de estos días. Un clima que no podría explicar con palabras, pero que intuía de alguna forma. Tener yo mismo una idea, una sensación sobre estas cosas ya es difícil. Mucho más aún es poder intentar transmitirlo a otra persona, en este caso Mariano. Pero la realidad demostró que su instinto es tan asombroso como su técnica”.

En ambos trabajos subyace la idea de hacer un disco para escuchar mientras se hace otra cosa. Objetivo que atraviesa una serie de cuestiones: ¿Qué es la atención? ¿Qué es la técnica? ¿Qué es la improvisación? ¿Cuál es el trabajo de un productor? Son sólo algunas de las preguntas que va dejando a su paso La forma de estos días. Casi como delimitando o provocando el embudo del cuestionamiento que sobrevuela a este emprendimiento: ¿Qué es la música? Como parapetados en la epifanía que tuvo el incansable Brian Eno, cuando a mediados de los años 70, enfermo y en cama, levantó las bases de la música ambient mientras escuchaba en un equipo roto un vinilo de música clásica del siglo XVIII, con ese entusiasmo desmitificador se embarcaron en el proyecto Conti y Moguilesvsky.

“La improvisación es algo que hago porque no tengo otra opción. Si uno ama la música pero no sabe tocar, no tiene otra chance que usar la oreja como radar para hacer contacto con lo que se quiere expresar (por más odio que muchos músicos tengan por el oído que no ha estudiado). Dominar un instrumento es un trabajo en sí mismo, un trabajo que lleva toda una vida, y yo he dedicado mi vida a otra cosa. No podría decir que mi música sea art brut, ni siquiera que soy un no músico (como a veces sostiene Conti en algunas entrevistas), ya que esas categorías se podrían aplicar a alguien que nunca escuchó música, que no tiene una idea de su historia y evolución, de sus géneros, de sus épocas… el cual evidentemente no es mi caso. Escucho música permanentemente, programé música en radios de amigos, pasé música muchas veces en fiestas y discotecas”, precisa Nicolás.

En estos días en que asoma tímidamente el otoño y en los que la naturaleza vuelve a mostrar su carácter indomable, con lluvias precipitadas y cortas, con espolones de humedad y cambios en la temperatura desconcertantes, escuchar en loop La forma de estos días (en un continuado duradero) nos persuade de la candente necesidad de arrinconar todo tipo de desestabilización, para guarecernos en esos rincones donde la contención es un bien supremo. Si la fragilidad parece arropar esos acordes entre saltarines y palaciegos, el tenor de su práctica viene a replantear la dosis de melancolía o desasoiego que parece percutir la soledad de un piano. Y donde el escudo de la viola profundiza aún más el impulso. Unas manos que con premura como con dicha van aporreando las notas del teclado y va cargando de magnetismo la escucha. Unos ramalazos que invaden el aire de los nueve temas.

Ante esto, le pregunto a Nicolás si es de ponerse a escuchar su nuevo álbum. Y él responde: “A esta altura ya no escucho mucho el disco. Después de todo el proceso de mezcla y posproducción en el que trabajamos con Ulises Conti, Juan Ravioli y Mauro Taranto (ingenieros de mezcla), le di un tiempo de silencio. Ahora volví a escuchar el primero, no sé por qué. Le volví a prestar atención, algo que desde que había salido no había hecho. Hay en mí cierta necesidad de archivar los proyectos que recién salen a la luz, aunque sea por un tiempo, incluso a veces muy largamente. Tomar distancia y olvidarme de ellos, que dejen de ser míos o algo así. Con los libros y todos los proyectos que hago me pasa eso, dispongo la faja de clausura al local de mi producción y firmo el acta con el mismo pulso implacable que un inspector de la AFIP”.

El puslo implacable puesto al servicio de la escucha, en este caso. Gracias, Nicolás.

 

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