Mona Hatoum es palestina aunque nunca pudo residir en el territorio de su familia. Sabe del desarraigo, de la necesidad de sacar documentos de identidad año a año por ser considerada siempre extranjera, sabe de las violencias de su pueblo y de su género y con ese material construyó una obra en la que los límites entre adentro y afuera, público y privado, real u onírico son estrategias móviles que provocan a quien mira a preguntarse, justamente, desde qué lugar se mira. Por primera vez en Buenos Aires, Over my dead body –sobre mi cadáver– puede verse en Proa.
Hatoum, quien nació en 1952 en Beirut en el seno de una familia palestina, se mueve en un espacio creativo fronterizo entre la poética y la política a través de distintos soportes de un rango bien diferente: trabaja tanto con instalaciones como con escultura, video, fotografía y obras en papel.
Sin embargo empezó su carrera realizando videos viscerales y performance en los ‘80, que se concentraban en el impacto de los cuerpos sobre la mirada de lxs otrxs. Desde principios de los ‘90 su trabajó comenzó a expresarse a través de instalaciones a gran escala que tenían como objetivo comprometer al espectador en emociones conflictivas de deseo y repulsión, miedo y fascinación. En estas singulares esculturas vivas, Hatoum comenzó a transformar objetos cotidianos, domésticos y familiares tales como sillas, utensilios de cocina o herramientas en objetos extraños por sus nuevas dimensiones, obras que generasen extrañeza y amenaza a la vez. La misma intención la aplicó a las nuevas obras de estos últimos años en la actualización de sus videos tempranos, donde trabaja con un procedimiento de rastreo de su propio cuerpo y de otros cuerpos femeninos cercanos, como el de su madre. Así, de la performance confrontativa su trabajó se transformó en una herencia del minimalismo y conceptualismo, de la mujer que seguía como biblia las bases del feminismo a heredera de Duchamp y todo eso junto arman la obra que por estos días comienza a verse en Proa.
Daybed, 2008, Sofacama. Acero con acabado negro.
“Durante mis dos primeros años en la escuela de artes en Londres, experimenté con diferentes formas de la pintura –explica Hatoum– hasta terminar haciendo obras de expresionismo abstracto. Durante un tiempo hice un montón de cuadros enérgicos, gestuales, y a veces trabajaba toda la noche, hasta sentir que me había purgado de todo lo que había que purgar y ya no podía pintar más. Después, descubrí a Duchamp y el arte conceptual y al mismo tiempo empecé a experimentar con materiales y formas geométricas simples, que me condujeron al minimalismo. Pienso que esto coincidió con mi iniciación en la meditación, por pura lógica, ya que la práctica de la meditación parecía estar dándome cierta tranquilidad y claridad mental. Trabajé mucho tiempo con estructuras minimalistas, como el cubo y la grilla. Más tarde, tras muchos años de hacer performances y videos que involucraban cuestiones narrativas y políticas, volví a utilizar ciertos elementos asociados con el minimalismo en mis instalaciones y esculturas, como la serialización, la repetición y la geometría del cubo, pero ya no como estructuras formales abstractas. Esas formas hacían referencia a situaciones de la vida real. La grilla o el cubo se convirtieron en una barrera o una jaula, y la obra se convirtió en una referencia al confinamiento, el control y la vigilancia; y finalmente, a la arquitectura de una prisión. (…) Mi contacto con el feminismo y especialmente con el discurso alrededor de psicoanálisis y feminismo me llevó a analizar mi relación con mi madre, y el resultado fue la obra Measures of Distance (Medidas de distancia). Pero nunca pensé el feminismo como algo aislado de las cuestiones de clase, raza y postcolonialismo.”
Over my dead body, 1988-2002. Sobre mi cadáver. Fotografía. Tinta inkjet sobre PVC. Copia de exhibición
Desterrada de Haifa durante la guerra, esta palestina nómade ya adolescente fue a vivir a Londres, donde un trabajo esperaba a su padre, y allí se quedó, sintiéndose siempre palestina, a la espera de una tierra prometida que no llega.
Ella se mueve por el mundo y así se mueve también su obra donde las marcas de la velocidad y la mutación permanente son claves que debe añadir nuestra mirada.
“Provengo de una familia palestina que tuvo que vivir con el trauma del desarraigo y la pérdida de su hogar –continúa Mona en una entrevista realizada por Chiara Bertola, curadora de la muestra–. En 1948, cuando los combates se iban acercando a la ciudad costera de Haifa, donde vivían mis padres, ellos decidieron escaparse al Líbano, donde solían pasar las vacaciones de verano. Nunca pudieron volver a su país. Joseph, mi padre, era oriundo de Nazaret, y mi madre, Claire, de Acre. Tras terminar sus estudios en El Cairo, mi padre tuvo varios trabajos en el puerto de Haifa, donde mi abuelo era propietario de algunos silos de granos. Palestina estaba bajo dominio británico y mi padre fue escalando gradualmente hasta el cargo más alto que un árabe podía alcanzar: director de aduanas, segundo al mando del funcionario británico. Cuando mis padres terminaron viviendo en el Líbano, como mi padre había sido empleado público para el gobierno británico de Palestina, le ofrecieron un puesto en la embajada británica en Beirut, donde trabajó durante el resto de su vida laboral. Tras la creación del Estado de Israel, los documentos de identidad palestinos de mi padre perdieron validez, y a mi padre le dieron la oportunidad de naturalizarse como ciudadano británico, en 1949. Nací en Beirut unos años más tarde, la menor de tres hermanas. Mis padres querían un varón, y a pesar de que su deseo no les fue concedido, terminé llamándome Mona, que en árabe significa ‘deseo’. (…). A los palestinos no se los alentaba a integrarse a la sociedad libanesa, así que nunca se les daban documentos de identidad del Líbano. Debido al status de extranjeros de mi familia, teníamos que renovar nuestros permisos de residencia cada año, y era muy difícil conseguir permiso para trabajar. Todo eso no ayudaba para nada a generar un sentimiento de pertenencia”.
Nomadismo más que desarraigo es lo que transmite su obra. Así en la sala de dos columnas de Proa podrá apreciarse una instalación por la que una cámara de video es colocada en la calle y en el interior se podrá ver lo que sucede en ella. Cámara espía pero también integradora de dos espacios divididos por la fronteras que son las paredes, otros muros al muro que separa la Franja de Gaza con Israel. Se trata de la gran videoinstalación Ventana (2014), que se extiende a lo largo de la mitad de la pared lateral y que espera determinar la sensación de que todas las obras exhibidas en la sala –versiones nuevas de obras tempranas y nuevas instalaciones site-specific– forman parte de una misma historia. La cámara externa captura en tiempo real todo lo que ocurre en la calle exterior al museo, cuyas imágenes son proyectadas en el interior. “La calle, con sus ruidos, sus transeúntes y su energía invade el interior del espacio del museo, abriéndolo inevitablemente al exterior, forzando a las obras a interactuar y resonar en el interior. De esa forma, la artista instala una estrecha relación entre interior y exterior, conectando el tiempo suspendido y fosilizado del museo con tiempo vital y rítmico de la ciudad. Inevitablemente, también cambia nuestra percepción de cada obra considerada de manera individual”, explica la curadora Chiara Bertola.
La obra de Hatoum muchas veces remite a lo fronterizo y muchas veces lo hace con humor. Así lo realiza en el poster gigante que da nombre a la muestra, Over my dead body. Allí vemos un retrato de perfil de Mona con un pequeño soldado, un soldatito de juguete, apuntando a su entrecejo. Ella lo mira amenazante y el soldado pierde toda la ferocidad de su acción y su arma poderosa semeja un escarbadiente oscuro. Mediante el juego Hatoum parece querer contarnos en esta imagen sintética la historia de una lucha desigual.
Soñando juntos es una nueva instalación que se colgará entre cuatro de las columnas de la sala. Sugiere tanto un hogar inverosímil o una estructura espacial sobre la que cuelgan, como prendas de ropa, fundas de almohada bordadas. Esta estructura está llena de rastros de voces y sonidos, y poblada por la presencia de sus habitantes. Nos toparemos, más adelante, con una versión site-specific de su tan conocida instalación Ahogando penas, cachaca. Esta obra consiste en una cantidad de botellas de vidrio cortadas por la mitad en diferentes ángulos y colocadas en círculo en el piso, donde parecen flotar como si estuvieran en un charco de líquido con sus cuellos y sus fondos emergiendo del piso. Los reflejos de luz que desprende el vidrio activan un sorprendente juego de sombras y transparencias. La circularidad de la obra evoca un mundo singular, arruinado y embriagado.
Misbah, 2006-2007.Luminária. Luminaria de chapa, cadena de metal y motor eléctrico
Toda la sala está repleta de historias, que giran en torno de la colisión entre lo externo y lo interno, lo real y lo imaginario, lo público y lo privado, lo racional y lo onírico, lo micro y lo macro. Muchas fronteras, una única frontera quizá siempre metaforizada en su obra. Y en éstas, casi como una obviedad se destaca el gran Biombo realizado con tres ralladores a gran escala. Nada más claro que un biombo para separar dos espacios que en el fondo son sólo uno.
Hatoum creó de esta manera las condiciones en las que una obra se abre más allá de los límites, más allá de una ventana, para ingresar en un paisaje en el que ocurren otras cosas: la descripción de un límite pero también la posibilidad de atravesarlo. En palabras de la artista: “También está la idea de la transformación continua de la realidad como algo que debemos aceptar. Las fronteras cambian, las ciudades son modificadas por las guerras, la geografía evoluciona, todos los días se destruyen hogares y vidas. Crecí con esa sensación de dislocación debido a la historia de mi familia y el hecho de encontrarme varada en Londres cuando tenía poco más de 20 años, una nueva instancia de dislocación. Eso parece conferirle a mi obra un sentido de inestabilidad”.