La muestra ocupa 1.500 metros cuadrados en una instalación que combina fotografías, películas y sonido y donde el pesimismo golpea al espectador. Hagan sus apuestas, No tienen la mínima oportunidad y un desolador Habitamos la ausencia van marcando el ritmo de esta exposición en textos escritos sobre las fotografías de Houellebecq, tomadas por él en los años 90.
¿Nació Houellebecq con el don de la clarividencia? El caso es que su novela Sumisión fue publicada el mismo día en que una pareja de terroristas entraba en la redacción de Charlie Hebdo, kalashnikov en mano, marcando el inicio de esta era del terror yihadista que vive Francia. El mismo Houellebecq protagonizaba la portada del semanario satírico ese miércoles vestido de brujo y «prediciendo el futuro», como hacía en su último libro en el que un partido musulmán se hace con el gobierno en una hipotética Francia de 2022. Quizás por esto ahora resulta más preocupante que la exposición que se inauguró ayer (y abierta hasta el 11 de septiembre), cuando la Unión Europea vive uno de los momentos más críticos ante la posibilidad de que Reino Unido le dé portazo.
Comenzando la instalación y como una premonición, una fotografía tomada en Calais en los 90 muestra el cartel de un centro comercial llamado Europa. La palabra, esculpida en bloques de cemento, desquebrajada y gris, le decía ya a Houellebecq hace 20 años que vendrían tiempos oscuros. Casi asusta ahora contemplar esta imagen entre otras fotografías que retratan edificios agolpados en los suburbios de esta población convertida en emblema de la crisis de refugiados que asola Europa. En paralelo, organizados jardines tailandeses creados por el hombre «para hacer inhabitable este mundo», como cuenta a EL MUNDO Jean de Loisy, presidente del Palais de Tokyo, comisario de la exposición y amigo de Houellebecq desde hace 25 años.
Esta imagen de Europa «resume bastante bien» lo que Houellebecq piensa del viejo continente, según el propio creador ha reconocido a De Loisy en una entrevista que publica el último ejemplar de la revista del centro de arte contemporáneo.
Una de las características de la muestra es la obsesión del escritor por encuadrar. El cuadro dentro del cuadro. Los temas de sus libros, de su poesía que acompañan al asistente: la clonación humana como posibilidad de crear un nuevo hombre, su afición al turismo -con un marcado aire kitsch-, el arte, la música y su frustrada ambición de convertirse en una estrella del rock -«hubiera ido más feliz de haberlo sido», confiesa también Houellebecq-. Y la política.
Esta capacidad de ver «el contenido dentro del cuadro» es el resultado de un trabajo duro llevado a cabo durante años cuando un joven Houellebecq pasaba seis horas diarias quieto, en una posición fija, sin mover la cabeza, contemplando lo que sucedía ante sus ojos. Una tarea que realizó sin falta durante más de diez años de su vida. Un ejercicio de «no-existencia», como él lo define. «Mirar las cosas sin proyecto, como si no nos concerniera, es un ejercicio espiritual que recomiendo».
En las tres últimas salas de la instalación entran en juego Combas, Renoma e Iggy Pop. El primero ha prestado a Houellebecq su mundo. Literalmente. Combas se enamoró de los poemas de Houellebecq al descubrirlos y comenzó a pintar lo que estos le inspiraban. Tan sólo hay dos nuevos lienzos concebidos especialmente para esta exposición. Combas vaga por la sala con su guitarra entre las manos.
Tras pasar por una sala enmoquetada con un dibujo geométrico que, en palabras de Renoma, el decorador, «parece reproducir el pelo púbico«, con imágenes sexuales tomadas también por Houellebecq, llegamos a la habitación del amor. Una forma de referirse a esta última estancia en la que Clément, el perro fallecido en 2011 de Houellebecq, es el protagonista. «¿Qué es un perro sino una máquina de amor?», escribía el francés en La posibilidad de una isla (2005). La voz de Iggy Pop recuerda esas frases del libro.
Una enorme mesa presenta y divide los juguetes y otras posesiones del perro que fueron guardados por sus dueños, tras su muerte y el recién divorcio del escritor de su pareja. «Por nada del mundo podemos mezclarlos», dice De Loisy quien insiste en que el centro no ha intervenido en la exposición, pensada y creada hasta el último milímetro por Houellebecq.
Vía El Mundo. es