Por Judith Mora para elmundo.es
Durante años, las pinturas de flores de la estadounidense Georgia O’Keeffe han sido interpretadas como un icono de la feminidad, una etiqueta de la que ella renegó y que la Tate Modern subvierte ahora con una magnífica retrospectiva de la artista.
Georgia O’Keefe es la muestra más completa de la pintora jamás expuesta fuera de Estados Unidos, y ensalza su papel como pionera del modernismo justo un siglo después de su debut en Nueva York, en 1916.
Repartida en trece salas, la exposición comprende más de cien obras de 60 procedencias, incluida la famosa Jimson Weed/White Flower nº1, la obra más cara de una artista femenina.
Este óleo de 1932 -un diáfano primer plano de una planta que normalmente se considera una mala hierba- se adjudicó por 44,4 millones de dólares el 20 de noviembre de 2014 en la sede neoyorquina de Sotheby’s.
Además de poder contemplar esta cotizada pieza, la muestra permite adentrarse en el pensamiento y la personalidad de Georgia O’Keeffe (1887-1986), cuya obra estuvo marcada en buena medida por su matrimonio con el fotógrafo y mecenas Alfred Stieglitz, en cuya galería 291 de Nueva York debutó.
Fue él quien empezó a atribuir a los óleos florales, que la pintora realizó sobre todo en las décadas de 1920 a 1950 del siglo pasado, el componente erótico, al acompañarlos de interpretaciones psicoanalíticas que las comparaban con los órganos sexuales femeninos. Frustrada con este limitado punto de vista, que la llevó posteriormente a convertirse en referencia de algunas feministas, O’Keeffe evolucionó de la abstracción al realismo fotográfico, para hacer evidente su interés, no por la sexualidad femenina, sino por las maravillas de la naturaleza.
«Cuando la gente lee símbolos eróticos en mis cuadros, están hablando sobre sus propios asuntos», afirmó en vida la artista, que empezó a pintar detallados primeros planos de flores, según explicó, porque «son tan pequeñas», que normalmente «nadie las ve».
Las primeras salas de la exposición en la imponente galería a orillas del Támesis muestran sus primeros trabajos en carbón, como Special nº9 y Early nº2, de 1915, que reflejan su sensibilidad por la forma y la expresión abstracta.
Incluyen también la emblemática Grey Lines with Black, Blue and Yellow (1932), otro ejemplo de temática interpretada por la crítica como relativa a la «iconografía femenina», si bien, como puntualiza la Tate, hoy en día se percibe «como un intento de retratar la música de manera visual».
Otra sala muestra sus óleos de rascacielos de Nueva York, como New York Street with Moon (1925), y hay un espacio dedicado a la relación personal y profesionalde O’Keeffe y Stieglitz, en la que pueden verse bellos retratos y desnudos de la artista captados por la cámara de su esposo.
La influencia de la fotografía modernista se manifiesta en obras de la pintora, como «Calla Lily in Tall Glass -nº2» y el atrevido primer plano de «Oriental Poppies», de 1927.
A partir de los años 30, O’Keeffe, nacida en Wisconsin, se trasladó a Nuevo México, cuyos paisajes desérticos e influencia hispánica e indígena inspiraron buena parte de su obra más tardía, tanto abstracta como figurativa.
Black Mesa Landscape, New Mexico y Red and Yellow Cliffs, realizada en 1940, trazan su progresiva inmersión en la distintiva geografía de ese territorio del suroeste de Estados Unidos, y «Taos Pueblo 1929/34» refleja su respuesta a la cultura local.
En el corazón de la exposición londinense están los óleos terrosos que Georgia O’Keeffe elaboró del lugar que llamaba Black Place (lugar oscuro), cerca de Santa Fe, Nuevo México, donde murió en 1986, a los 98 años.