Llega la Navidad. La Dolce Vita, no la peli de Fellini sino la muestra que está en el Canal Isabel II de Madrid, rompe los charts.
Se habla de una prolongación más allá de reyes. Veremos. Desde el sur, no podemos confirmalo.
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En este sentido la muestra busca como un hábil perfumista captar la esencia del espíritu de la Roma de finales de los 50’s y principios de los 60’s, reflejándolo a través de más de 160 fotografías, dibujos, vídeos y ropa.
Un mundo que buscaba olvidar la austeridad de la guerra, cobijó el boom económico de Italia el lujo, el glamour y la extravagancia que no sólo estaban permitidos, sino justificados.
No podemos hablar de excesos (bastantes carencias ya se habían vivido): ameritaba celebrar, volver a brillar, aunque sea a través de otros.
Estos años quedarán grabados a fuego en nuestro inconsciente colectivo: la vitalidad, el optimismo y el sans-souci de esa época no sólo tienen rostros reconocibles, también tienen escenario universal: la ciudad eterna.
Si a principios del Siglo XX, jabón Lux aseguraba que era preferido por 9 de cada 10 estrellas, lo mismo ocurría con Roma en este período.
Recorriendo la muestra, uno no puede menos que sentir añoranza, como al rever un viejo álbum de fotos. Una mezcla de nostalgia y alegría surge al ver tantos rostros conocidos e inolvidables. Situaciones ajenas pero que se sienten como propias.
Blanco y negro se despidieron por todo lo alto, no sólo del cine. Los fotógrafos callejeros se recibieron de Paparazzi y re-definieron el arte retratar momentos robados.
Quedaba claro que la vida privada de las grandes estrellas interesaba casi más que sus películas.
Difícil es que vuelvan a concentrarse en un sólo lugar y momento tantas estrellas y mitos vivientes ni se darán las mismas condiciones.
Nunca podremos volver a ser lo que éramos, recordarlo nos permite entender lo que somos e imaginar lo que seremos. ¿Será así?