Probablemente no sea lo correcto, ya que es la última del recorrido por las 148 obras que se exhiben desde ayer en Proa, en la primera retrospectiva dedicada en la Argentina a Alberto Giacometti (Borgonovo, Suiza, 1901- París, 1966), y la última también cronológicamente. Pero por dónde empezar a hablar de Giacometti si no por su obra más famosa, la que todo el mundo quiere ver en persona y frente a frente.
El hombre que camina I, 1960. Bronce 180,50 x 27 x 97 cm
Confirmado: es efectivamente conmovedora e impresionante El hombre que camina. Quién sabe por qué. Tal vez porque, como contó la curadora en su visita durísima visita guiada -que no ahorró correcciones sutiles a su muy buen traductor e incluyó más de un llamado a silencio al grupo, que la escuchaba interesado, con mudez más bien reverencial-, Sartre dijo que es la imagen de un hombre como lo vemos pasar hoy por la calle. Tal vez porque -en su economía de formas- sea ningún hombre y todos los hombres al mismo tiempo. Sin rostro, sin ropa, sin señas particulares. Y sin embargo tan próximo, tan cualquiera de nosotros. Aunque al mismo tiempo, tan otro.
Mujer que camina I, 1932. Bronce, 150,30 x 27,70 x 38,40 cm
«Hay un lugar común que dice que las obras de Giacometti son verticales», dice la curadora, Verónique Wiesinger -que además es directora de la Fundación Alberto y Annette Giacometti, organizadora de la muestra junto con Proa y Base7 Proyectos Culturales-. Y corrige imediatamente: «Pero cuando uno las mira verdaderamente sin ideas preconcebidas, se da cuenta de que están siempre un poco torcidas». En el caso de El Hombre que camina, al menos, la observación es muy cierta. Es esa inclinación hacia adelante la que lo llena de movimiento y determinación. Y la que puede llenarlo a uno de simpatía, en un sentido cercano a la compasión: ¿Hacia dónde va, por qué o para qué?
La pareja, 1927. Bronce, 58,30 x 37,40 x 17,50 cm
La muestra resume, en seis salas y dos pisos, cinco décadas de trabajo de Giacometti. Sin duda, los momentos más interesantes son su relación con el surrealismo, la invención de una nueva representación de la figura humana y sus vínculos con intelectuales como André Breton, Jean Genet. Jean-Paul Sarte y Simone de Beauvoir.
Busto de hombre [Nueva York II], 1965. Bronce, 46,9 x 24,5 x 15,9
Cuanto más avanza en el tiempo y en su trabajo, más intenta reducir la expresión de sus figuras. En esa búsqueda hay repetición, cientos de cabezas y de figuras masculinas y femeninas, delgadas, chatas… Muchas de ellas sin brazos. Le molestaban los brazos, probablemente porque pueden verse como algo superfluo en esas formas alargadas, como un desvío en ese camino de reducción de las figuras a la mínima expresión. Más de una vez les cortó los brazos a sus esculturas.
La jaula, primera versión, 1949-1950. Bronce, 90,5 x 36,5 x 34 cm
Una de las salas se ocupa del tema de las «jaulas» como espacio de representación. En los años 50 Giaccometti busca una manera de recortar un pedazo de realidad en el que va a representar. Y encuentra dos caminos : uno es el recorte de algo que podría ser un pedazo de su mesa de trabajo, que eleva y separa del resto con unas patitas. El otro es la jaula, líneas que delimitan el espacio, como si se tratara de una vitrina, pero que son parte de la obra.
La Nariz, 1947-49. Bronce, 80,9 x 70,5 x 40,6 cm
Se dijo al principio: la última obra en el recorrido es El hombre que camina, emplazado en una sala con dos figuras femeninas de casi tres metros de altura. Toda la exposición es extraordinaria. Las pinturas y bronces oscuros de Giacometti en medio del blanco inmaculado de las salas de Proa son un lujo poco frecuente en Buenos Aires. Pero la potencia de esa obra es tanta que, ya de salida hacia la tarde ruidosa de sábado en la Vuelta de Rocha, uno tiene la sensación de que las 140 y pico de bellas piezas que ha visto en el recorrido, son apenas una prepaparación para ese encuentro final y revelador con El hombre que camina, la obra que explica, sin necesidad de palabras, por qué Giacometti es Giacometti.
Gran desnudo, ca.1961. Óleo sobre tela 170 x 120,5 cm
Todas las imágenes, © Succession Giacometti / SAVA, 2012