Por Ariana Harwicz*
Lo primero que me apareció cuando pensé qué pintor o qué estética elegir fue la pintura Maternité maternité (1942) de Chaïm Soutine. Me apareció un flash, una visión, como una alucinación de Matate, amor, que es mi primera novela y por ende es lo que me da inicio a mí como escritora y diría hasta como mujer. Entre otros pintores apareció Soutine, yo no sabía su origen pero veo en él la paleta estética y temática de Matate, amor.
Me gusta pensar las rimas entre la obra y la biografía: Soutine era ruso, de una familia judía ortodoxa, y para los ortodoxos judíos la representación visual es una blasfemia, se considera pecaminosa. Y ya desde chico Soutine tenía esa inclinación por el arte y fue tratado como un extranjero en su propia familia. Después se va a Paris y forma parte de lo que se llamó la Escuela de Paris, se estableció en Montparnasse donde había otros artistas pobres, se hizo amigo del gran Modigliani, incluso fue modelo de él en sus retratos. Entonces esas dos cosas hacen que yo me sienta identificada: primero la imagen del extranjero en Francia, del inmigrante, del paria, y después del judío sin familia. No solo yo sino mis personajes de La débil mental, de Matate amor y de Precoz, que arrastran esa estirpe de parias en sus biografías. Cuando en la Segunda Guerra Mundial las tropas nazis invaden Paris él tiene que escapar y ahí empieza su decadencia. Finalmente muere en 1943 en medio de una operación. Esto para explicar la identificación con su obra y con su personaje, que ya es una leyenda, porque fue considerado un pintor maldito, esa atracción un tanto mórbida del público más hacia su mito biográfico que a sus cuadros.
Lo que me interesa mucho de Soutine y de este cuadro en particular es la maternidad deformada, sórdida, exagerada, que también alienta mis novelas, esa especie de maternidad expresionista. Se decía que él pintaba de un modo frenético, como poseído por un ataque de fiebre: en las telas y en los colores se ve, y me gusta la anécdota que cuenta que recorría las carnicerías de Paris buscando gallinas que tuvieran el tono, el color, el aspecto perfecto para representar. Una vez trasladó a su estudio un buey muerto, y el olor de la carne putrefacta alertó a los vecinos, que lo denunciaron. Me gusta esto de un pintor, como tantos, perseguido por la ley, trasgresor, y la idea del pintor a la antigua: que lo experimenta todo. Se decía también que él tenía un estilo muy fusional con sus pinturas, como Van Gogh: la neurosis personal se fusionaba con el motivo de sus cuadros, y también eso me admira, esa posibilidad del artista de volcarse entero en su obra. El vocabulario pictórico de él me encanta, su paleta, sus trazos, el hecho de que haya sido un incomprendido. Era considerado un artista malsano, difícil, el antisemitismo lo volvió mucho más marginal, más fuera del sistema. Sus pinturas también las pienso con Egon Schiele, otro artista pobre, expresionista al máximo.
Lo que me atrae de este cuadro es su poder de observación casi minimalista de la maternidad, ese hijo, ese chico, ese bebé muerto, o visto como un muñeco, un títere, una cosa. Esa mujer que mira fuera de cuadro y ese bebé que está como un animal disecado, representan una maternidad que no es la convencional. Yo que siempre me considero una pianista frustrada y una escritora pintora, pienso la escritura desde el piano y también desde la pintura, me siento identificada con esos trazos, con ese objeto llevado a un grado extremo de deformación. Las pinturas de Soutine son como una métrica, una guía que va llevando mi escritura.
*Ariana Harwicz es escritora. Publicó las novelas Matate amor, La débil mental y Precoz, trilogía publicada por Mardulce y traducida a varios idiomas. Actualmente terminó su cuarta novela, con título tentativo, Racista.
Producción: Flor Monfort/ PH de Ariana, gentileza de Sebastián Freire