En el marco de Volumen, escena editada que tendrá lugar en el Teatro Nacional Cervantes de Buenos Aires, se podrá ver este fin de semana la muestra Batato Barea: El cuerpo del poema
Exposición de collages y fanzines, curada por Seedy González Paz, una muestra que viene estrictamente relacionada con el libro editado por milena caserola: Batato Barea, Historias Obvias.
Otra vez, es un momento más que propicio para recordar a este ícono de la cultura porteña de los 80 y este libro performance que sólo una obra como la suya pudo haber generado.
El 6 de diciembre pasado se cumplieron 27 años de la muerte de Batato Barea (1961-1991), el creador multifacético que marcó la escena artística porteña de los 80 apenas se restauró la democracia, el «clown-travesti-literario», como él mismo eligió nombrarse. Pasó ya más de un cuarto de siglo y aún muchos tenemos fresca en la memoria la performance plañidero-festiva en la que se convirtió su velatorio. Allí llegó primerísimo el fotógrafo Alejandro Kuropatwa,que se arrojó sobre su cuerpo, lo abrazó y lo despidió con una orquídea, mientras que -de tanto en tanto- lo maquillaba en el gesto inútil de intentar avivar lo que ya no viviría. Luego llegaron los globos celestes –el color favorito de Batato- que llevó el artista visual Sergio Avello para que en ellos se reflejasen las lágrimas de quienes asistían a esa ceremonia final. Esos amigos de Batato también partieron. La generación a la que conmovió y selló con sus múltiples acciones artísticas ya va llegando a los sesenta años. Es un buen momento para ser precavidos e intentar honrar su vida tomando parte de su creación para construir un sólido patrimonio que forme parte de nuestra cultura, un testigo que continúe por los siglos de los siglos más allá de la memoria de sus congéneres.
Ese testimonio que espera conservar su fuego ahora tiene forma de libro.
Se trata de un acto de justicia poética, una acción que va a trascender la memoria que guarda su generación de sus inigualables creaciones. En él se recogen un puñado selecto de sus historietas –parte de su obra menos conocida- pero también la palabra de quienes fueron testigos o estudiosos de su tiempo: el factótum del libro -su amigo y albacea- Seedy González, y el periodista Diego Tetrarola, que aportan textos al entramado de esta edición cuidada casi con veneración. La editorial milena cacerola junto a Amparo Díscoli, directora de Cosmocosa, se tomaron su tiempo para hacer el mejor libro posible. Casi tres años hasta que ahora está llegando a librerías para ser presentado en la «Isla de ediciones» de la próxima arteBA.
BATATO, ALGUNAS PISTAS
Salvador Walter Barea, oriundo de Junín, fue protagonista de la escena nocturna de los 80, deslumbrando con sus performance espacios como, Cemento, el Parakultural o el Centro Cultural Rojas, una de cuyas salas desde hace más de dos décadas lleva su nombre para homenajearlo. Su vida tumultuosa lo hizo participar del Clú del Claun, junto a Hernán Gené y Gabriel Chame Buendía –entre otros-, y fue con este grupo de mimos con quienes recorrió América Latina. La primera vez que me crucé con Batato sin saber quién era fue en la calle 23 de La Habana, en 1985. Antes lo había visto sin recordarlo exactamente el día que inauguró Cemento, cuando junto a Buendía escoltó a Katja Aleman en la performance con la que abrió el icónico galpón del under, ése fundado por Omar Chabán y del que Katjia fue también socia y factótum.
Bajo la influencia ardorosa de experimentar los misterios de la representación, empezó su carrera en 1985 con Los perros comen huesos, sobre textos de Alejandra Pizarnik, representación prohibida, luego de la primera función, por el Centro Cultural San Martín, dirigido entonces por Javier Torre. En el final, Batato intentaba tragar una hostia del tamaño de una pizza en cuyo revés versaba la frase: «Enemigos del pueblo: Monseñor Plaza, Zaffaroni y Aramburu». Al enterarse de la prohibición, Hebe de Bonafini se acercó a Batato y juntos consiguieron romper el cerco de la censura.
Durante los años siguientes se fue convirtiendo en una estrella, habitué de los escenarios del llamado under porteño acompañado por Alejandro Urdapilleta y Humberto Tortonese, con quienes animaban las trasnoches del Parakultural, o en sus representaciones en solitario en incontables performances en las cuales desplegaba su histrionismo andrógino a través de palabras ajenas o propias.
En su libro sobre Barea Te lo juro por Batato, Fernando Noy define con precisión el espacio de tiempo en el cual se gestó lo más sabroso de sus creaciones: «Batato adelantaba y a la vez atrasaba» –afirma Noy-. «Si provocaba una adhesión inmediata, era por su condición de nexo entre el futuro, que era el menemismo, y esta noche, y la melancolía muerta de un maravilloso tiempo ido, anterior a la dictadura». Más adelante asegura que «Batato quedó fijo en la memoria colectiva por su caracterización de un personaje clave del menemismo: María Julia (N. de la R: Alsogaray), en la obra La Carancha«.
Batato fue pionero en aproximar la poesía a las discotecas como una manera de diversión y dejó producciones memorables como Las Coperas, La Yolanda López, Tres mujeres descontroladas, Los papeles heridos de tinta y Escándalo. «Batato no consumía ningún tipo de drogas –relata Noy- algo habitual en el under de esos tiempos. Él era la propia droga, una especie de alcaloide a favor. Sólo tomaba algo que llamaba champagna correntina, cerveza con naranja».
El virus HIV acabó con su vida, sin embargo ocultó su enfermedad hasta el final sin victimizarse ni hacer uso de un final precoz del que él sí era consciente.
BATATO, HISTORIAS OBVIAS
El libro que comenzará a distribuirse en marzo es un objeto de colección, cuya primera tirada cuenta con quinientos ejemplares numerados. Lo edita milena caserola junto a la galería Cosmocosa, que en 2017 realizó una exposición con parte de las historietas que arman el corpus de obra menos conocido del artista. El libro es un proyecto de Seedy González, que lo llevó adelante como una misión encargada solemnemente por los padres de Batato. Su madre no llegó a tenerlo en sus manos. Su padre, en cambio, tuvo la posibilidad de conocerlo antes de partir el año pasado, por un esfuerzo de la editorial, que le anticipó un ejemplar.
En exclusiva para Infobae Cultura nos explica Seedy González, albacea de Batato: «Seis días después de su muerte, su madre -a quien él rebautizó como Nené Bache para sus espectáculos- decidió ordenar su alborotado cuarto. Me convocó para asistirla y junto a ella abrimos su baúl, sus cajones y desempolvamos su rica biblioteca. Ella me pidió que mirase especialmente en la parte de arriba del placar porque ‘Walter me encargó que cuidase eso que hay ahí. Que lo cuidase como oro’ –cuenta Seedy que le dijo- .»Abrimos cajas que contenían otras cajas y al fin: carpetas con dibujos. Eran los fanzines, las matrices, los collages de servilletas, marcadores y telas de las Historietas Obvias. Con ella le armamos su Museo: Batatópolis. No dormimos ni comimos, para llegar a su inauguración el 30 de abril de 1992, día de su cumpleaños».
Historias obvias fue pensado por Batato como un fanzine, hojas breves que a modo de haikus recorren un mundo ignoto de grafismos. Son Araca, alguien que no está, Cala, la flor sin color y Jaca, el jacarandá bonsái.
«Como si se tratara de una performance gráfica -apunta González en el libro- siete ejemplares fueron creados y distribuidos entre mayo y octubre de 1987″. Se distribuían con revistas subtes de la época y el quiosco de diarios de Callao y Corrientes los exhibía. Ahí se refugiaban las historietas y se daban a conocer al público. Esos siete ejemplares por ahora inéditos son los que reproduce el libro como facsímiles. Cada ejemplar tiene una dedicatoria que indica la zona del campo intelectual del que Batato bebió y ahora forma parte. Fernando Noy, Alberto Laiseca, Copi, Alejandra Pizarnik y Néstor Perlongher son sus primeros destinatarios.
En octubre de 1991 Batato -con la asistencia de Seedy- expuso las historietas Araca, Cala, Jaca, entre otras que están fuera de las revistas y que aún permanecen inéditas. «Las habíamos expuesto en el patio del Pabellón III de la Ciudad Universitaria –cuenta Seedy-. La tapa del libro es precisamente una reproducción de la aficheta promocionando su muestra y se pegaba con scotch en cualquier superficie desierta. Yo se la regalé. Al final de la jornada juntaba religiosamente los retazos de cartulinas que los estudiantes dejaban en los talleres y con eso montaba las bases multicolores, las ‘oxigenaba’ sobre cartones también reciclados y estos, a su vez, en paneles móviles. Batato la visitó durante dos días, sugirió pedir una tele color y una reproductora de video, así podía sentarse rodeado de las historietas para ver los videos de unas obras que nunca pudo ver ya que él tenía un televisor blanco y negro, y usaba una papa como antena. Se lo notaba feliz y afiebrado. Cuando vio el interés de alguien por hacer reproducciones en tela de sus dibujos, se apuró a renovar el registro de marca de Araca, Cala, Jaca: Historietas Obvias, esa solicitud aparece en los finales del libro».
Desde ese entonces, se clasificó, se ordenó, se enumeró todo registro: las historietas, su vestuario realizado en papel o telgopor, sus objetos y apuntes de performances, cuadernos, diario de trabajo, sus registros en video y recortes de prensa estuvieron a cuidado de sus padres y de Seedy en lo que fue Batatópolis: el Museo Casa de Batato Barea, durante 23 años. Fallecidos ya sus padres, el legado bajo cartas manuscritas y escribanos fue cedido a quien fue su albacea desde 1991.
Me gustaría editar, pero no tengo un peso. Fijáte que los trapos para actuar los compro en el Once, de oferta
Seedy fue receptor de una confesión de Batato, probablemente uno de sus últimos deseos: «Me gustaría editar, pero no tengo un peso. Fijáte que los trapos para actuar los compro en el Once, de oferta. La historieta me gusta hacerla, más que actuar».
Treinta y dos años después las Historietas Obvias de Batato, ven la luz.
El libro tiene como objetivo ser una fuente de información para investigadores, coleccionistas y el público del culto de Batato y del que no también.
El diseño fue realizado en un cartón serigrafiado que, abierto, es un modo de juego de mesa donde se pueden hojear las historietas en tamaño real, usando los mismos separadores manuscritos de Batato. Está encuadernado a mano, con las costuras a la vista, con ejemplares numerados.
«El propósito del Archivo Batato Barea –remata Seedy- es la publicación sistemática de las carpetas de documentos. Hay un calendario a cumplir de modo cronológico. Darle dinámica al archivo sosteniendo su credo tan particular y luminoso».
La muestra: Viernes de 16 a 21 h, sábado y domingo de 14 a 21 h.
Espacio Aforo
TNA – Teatro Cervantes. Libertad 815. Bs.As, CABA.