El artista alemán Anselm Kiefer, una de las figuras más importantes del arte contemporáneo, recrea como un hospital para moribundos el Walhalla de los alemanes laureados. El monumento neoclásico construido por Luis I de Baviera a orillas del Danubio sirve a Keifer para referirse al ocaso de Centroeuropa en su muestra en curso en la White Cube de Londres.
«No creo en el arte por el arte (…) No pinto para pintar un cuadro. Para mí pintar es pensar, investigar (…) y no precisamente investigar sobre la pintura (…) Una de mis motivaciones para pintar es la historia de Alemania. Es una investigación sobre mí mismo, sobre lo que soy, sobre dónde nací…».
Anselm Kiefer (Donaueschingen, 1945) vuelve a retomar lo que ha considerado como una misión personal de obligado cumplimiento: mostrar la decadencia de los ideales germánicos y el ocaso de Europa.
La idea enloquecida —el monumento es una réplica nada menos que del Partenón de Atenas— sirve a Keifer para conectar el Valhalla de la mitología nórdica al que eran llevados por las valquirias los muertos en combate con las formas de la arquitectura nazi, la destrucción sembrada por Hitler y los suyos y el mal absoluto que los alemanes deben purgar como pecado contra la humanidad. Con un inteligente y dramático montaje, Kiefer «confunde y conecta» temas en un escenario que, lejos de resonar a gloria, hiede a destrucción y vísceras.
La exposición está estructurada en torno a una instalación principal, una sala larga y estrecha forrada con láminas de plomo oxidado, filas de camas de acero de las parecen fluir restos sanguinolentos, orines, heces y lanzas metálicas en zigzag. En el otro extremo de la sala, una fotografía en blanco y negro montada sobre plomo representa a una figura solitaria que se aleja en un paisaje sombrío e invernal.
Hasta el 12 de febrero en White Cubo, London.