Una crónica de Magdalena Reca, estudiante del IUNA
Quedan pocos días, hasta el 23 de Junio, para ver la muestra Trascendencia/Descendencia en la Fundación Fortabat que, bajo la curaduría de Valeria Gonzalez, incluye pinturas y esculturas desde la década del 60 a la del 90 del gran Robeto Aizenberg en diálogo con artistas de la mediana generación nac&pop.
Jitrik
Al subir la escalera que lleva al primer piso y primera parada de la muestra, la obra que nos recibe es Arlequín (60×40 cm., óleo sobre tela, 1979) la cual nos anticipa lo que estamos por ver. Se trata de una figura geométrica, con rasgos antropomorfos, en un ambiente quieto. Al leer el nombre de la obra, nos damos cuenta que lo que se representa es un arlequín, lo que le da cierta dinámica e ironía a la obra por la literalidad del nombre y el sujeto representado. Al seguir el recorrido, es imposible no notar que hay algo que no encaja en la coherencia interna de las obras. Estructuras con piernas de mujer, o personajes dibujados con cabezas humeantes. Todos ellos buscan presentar la semántica ambivalente de Aizenberg desde la abstracción de la figuración, a la figuración de la abstracción. A través del automatismo, representa personajes casi fantasmales, estructuras monumentales, insertas en paisajes oníricos que difuminan sus naturalezas para crear el silencio y el interrogante que emerge de ese silencio. Las obras nos afectan, nos detienen; desde la quietud para llevarnos a la inquietud.
Como el mismo Roberto Aizenberg dijo: “Son situaciones límites entre la imagen del individuo y la imagen de un objeto.”
Busca mostrar aquello que siempre está presente en el hombre, lo que le permite trascender en distintos tiempos, espacios y hasta obras: creando su descendencia artística.
La muestra se completa con creaciones de artistas contemporáneos (Pablo La Padula, Amadeo Azar, Nuna Mangiante, Cristina Schiavi, Max Gomez Canle, Daniel Joglar, Lucio Dorr, Santiago Porter, Magdalena Jitrik, Mariano Vilela, Mariano Sardón, Silvana Lacarra y fotografías de Julio Grinblatt y Humberto Rivas) que reelaboran y dialogan con las composiciones de Aizenberg.
Las obras parecen estar agrupadas bajo 3 elementos: Torres, Estructuras verticales y el Hombre frente a los objetos. El visitante va transitando por caminos que se bifurcan, entre obras de décadas pasadas que responden y cuestionan a la vez. Y obras actuales que a pesar de la distancia temporal y de realidades totalmente distintas miran el lenguaje de un artista paradigmático y atemporal, bajo su propia luz, proyectando inquietantes puntos de vistas a partir de una misma impronta.
La inmensidad de las estructuras frente a la perdida de la identidad humana, es un tema recurrente tanto en la producciones de Aizenberg como en las contemporáneas, y uno, como receptor, se ve involucrado, tal vez porque el motivo de esa trascendencia-descendencia se encuentra en los mismos espacios que frecuentamos a diario –objetos humanizados y personas sin rostros-, tal vez porque el arte nace de lugares comunes, de la vida diaria, aunque por momentos las paredes de vidrio nos hagan parecer lo contrario.
Y si logramos detener el tiempo, dentro de los espacios de la Colección permanente de Amalia Lacroze de Fortabat se encuentra, además de una extensa e increíble colección de obras artísticas, una obra del maestro de Roberto Aizenberg, Juan Battle Planas titulada “Composición” del año 1966. Si bien no está incluida en los ejes del guion curatorial, dialoga desde otro lugar con la obra del artista. Podemos ver la permanencia de tendencias surrealistas, y la reelaboración de esa atmosfera metafísica en un nuevo estilo inclasificable, que logra inquietar desde el silencio.
En las paredes, las frases escritas nos ayudan a mirar las obras: “Estos cuadros están hechos para que los goce y los padezca la mirada, pero también para que el pensamiento y la memoria los sobrevuelen más tarde” (Aizenberg). Este es el objetivo ambivalente inserto en todas las obras de Aizenberg y no hay dudas que lo ha logrado: observemos primero, esos paisajes quietos que dialogan en silencio; luego sobrevolemos y dejemos que nos afecten, para reelaborar las ideas, iluminarlas desde otro ángulo y aterrizar en el presente de cada día.