Aldo Rubino, director del MACBA, con su mujer, Constanza Cerullo, curadora en jefe, Joe Huston, curador invitado, y María José Herrera, directora artistica del museo.
«Yo nací en el Abasto«, dijo como una explicación o una disculpa Aldo Rubino antes de largarse a cantar, casi a capella y sin micrófono, el tango «Tinta roja», cerca del final de la inauguración del Museo de Arte Contemporáneo de Buenos Aires (MACBA). Ahora lo sabemos quienes estuvimos ayer en su flamante museo, que pone el foco en la abstracción geométrica internacional: Rubino es un financista de éxito y un buen coleccionista, pero no es un buen cantante de tangos. A nadie le importó: todos aplaudimos como si lo fuera. Estábamos todos con el aplauso fácil después de recorrer las cuatro plantas donde se exhiben las 120 obras de la muestra Intercambio global. Abstracción geométrica desde 1950, con Joe Houston, de Estados Unidos, como curador invitado.
Toni Costa, Estructura óptico dinámica roja, 1965
Se sabe: las inauguraciones no son un buen momento para mirar una muestra, pero no hace falta una mirada muy especial para advertir que ésta incluye muchas obras de calidad poco frecuente, de autores como Victor Vasarely, Juan Melé, Richard Anuszkiewicz, Carlos Cruz-Diez, Guillermo Kuitca, Raúl Lozza, Heinz Mack, Marta Minujín, Kenneth Noland, Sarah Morris, Leon Polk Smith y Luis Tomasello, entre otros.
Carlos Cruz-Diez, Fisicromía Nº 321 B, 1967
Sin embargo, la alegría general no era tanto por la muestra como por la apertura de un espacio en Buenos Aires que sería orgullo de cualquier ciudad del mundo y que promete convertirse en un punto de reunión del arte en el Sur de la ciudad, en la Av. San Juan, justo al lado del MAMBA, que languidece, y que hace días pareció buscar un perfil opuesto, cerrando sus puertas cuando artistas y especialistas en museos se proponían allí discutir su destino.
Victor Vasarely, Avall
El buen humor unió a las casi 6oo personas que ayer fueron a la inauguración. Muchos, de diferentes edades, hasta nos divertimos patinando en la rampa que une en zig zag las plantas del edificio, de 1.500 metros cubiertos, grandes ventanales, arquitectura que podríamos llamar racionalista, la dosis justa de luz natural para un museo de arte, y lo que personalmente me pareció más interesante: la conexión visual desde el interior del museo con el exterior, que me gustaría leer como una metáfora del vínculo que el MACBA se propone establecer con la ciudad y especialmente con la zona donde se encuentra. En la última planta, donde funcionará el bar/restaurante, el contrafrente de vidrio permite una vista privilegiada de la autopista 25 de Mayo y al fondo, los árboles de Barracas y Parque Lezama; en el frente, un balcón terraza espectacular da acceso a una panorámica de San Telmo y varios edificios emblemáticos de Buenos Aires. Es posible que el MACBA haya dado ayer el primer paso para convertirse él mismo en uno más de esos edificios.
El balcón terraza del museo
De alguna manera, lo anticipó ayer María José Herrera, la directora artística del museo, cuando destacó una coincidencia significativa: el MACBA se inauguró con una colección de 152 obras, exactamente el mismo número de piezas que integraban el patrimonio del Museo Nacional de Bellas Artes cuando nació, a fines del siglo XIX.
No deja de ser de un cinismo poquín patético que este museo privado -quizá regalo de un marido rico a su esposa amante del arte y los roces artísticos-, tenga mejor proyección que el museo de la ciudad supuestamente ‘pensado’ para ser el centro de las artes contemporáneas en la ciudad……………….. ay! Estoy equivocada no?